BUENOS DÍAS Y BUENA SUERTE

Los boletos de la diosa Fortuna

José Miguel Giráldez

José Miguel Giráldez

LA GRAN RESACA de la Lotería de Navidad no es la de los agraciados. No es la de los que han bebido a las puertas de bares y administraciones, donde llegó una rara suerte a la hora del aperitivo, no es la resaca del cava y el champán del minuto de oro del 22 de diciembre, cuando la Fortuna toca a algunos por pura locura, y no de otra manera. No: la gran resaca es la de los no premiados, porque somos los que representamos al común de los mortales, no la gloria de la excepcionalidad. La lotería ejemplifica muy bien la vida misma: puede haber un giro de guion, puede tocarte la diosa, pero lo normal es que la vida siga con sus atrancos, con su tozudez, también con su indiferencia. Y con su negativa a liberarnos de los deberes pendientes.  

La Lotería de Navidad es una ilusión a corto plazo que, por supuesto, se esfuma con la rapidez de una pompa de jabón. Y así, duele menos. Tiene algo de muerte súbita, es un tímido candil que se apaga, pero ¿acaso no es el orgasmo, también, la pequeña muerte, según los franceses? ¿No merece la pena cualquier gran ilusión, aunque el viento se la lleve en segundos? La gran resaca del año no es la de esta derrota en brazos del mundo rico, la de la negación de la Fortuna que, aunque diosa, no puede alcanzar a todos. Hay otra, que es la que queda patente en Navidad, el fondo del saco de los doce meses, esa acumulación de decepciones y fracasos en un tiempo futurista. 

Hay otro sorteo, el de la desgracia, que acostumbra a estar muy repartido. El infortunio toca hasta a aquellos que no creían tener boleto, aquellos que un día se despertaron de pronto en el otro lado, el lado de la derrota. La buena suerte es esquiva, caprichosa, siempre limitada, y por eso, por su escasez y excepcionalidad, es celebrada con chorros de cava y lluvia de estrellas. El ser humano comprende que los dioses no pueden despilfarrar las graciosas dádivas, siquiera por dárselas de dioses que manejan el cotarro, y por eso navegamos confusos, en la esperanza de, al menos, quedarnos como estamos.  

La Navidad como paréntesis del mundo rico, escribíamos aquí el otro día. Y la Navidad como continuum, como lugar desolado y al raso, para tantos. La fantasmagoría de nuestra suerte rica, de nuestra diosa Fortuna cayendo de la parte buena de la Historia (que puede comprarse un poco de sus dedos de oro, y ese calor de las chimeneas literarias, a las que llegan los regalos), se cruza en el espacio de fin de año con el hielo infinito de la desgracia, la destrucción, la pobreza más absoluta y la inexistencia del día de mañana. 

Hay esa otra Fortuna que buscamos, que debería ser más fácil de lograr que la de un décimo de lotería, pues, en realidad, no depende de los caprichos de una diosa, sino de las decisiones de los hombres. Y, sin embargo, es más esquiva que cualquier premio gordo. A veces la esperanza parece perdida en un bombo gigantesco, tan gigantesco como el mundo. Hay lugares en los que parece demasiado fácil llevar en el bolsillo todas las participaciones para el horror, pero la esquiva suerte, a la que sólo se le solicita seguir vivo, un techo, un cobijo, un poco de dignidad, no palacios de oro ni automóviles de lujo, esa, en cambio, resulta inaccesible, y a veces de una forma tan persistente que se asemeja a una maldición. A este mundo que avanza hacia la igualdad, tan deseable, le falta mucho para lograr la igualdad ante los ojos de la suerte.

No creo que estemos en condiciones de celebrar demasiadas cosas en estos días que caen hacia el fondo de saco del mes de diciembre. Tiempo de resúmenes, de recuento de logros (algunos, desde luego), tiempo de hombres y mujeres del año… Pero ¿y los anónimos? ¿Qué celebrar entre las mieles del progreso y la tecnología, cuando la muerte llueve sobre seres indefensos, cuando la muerte responde a la muerte, cuando ese es su único boleto de la Fortuna, el dedo que los señala, cuando persiste el perfume de viejos sacrificios, la extraña fragancia de los atavismos? ¿Cómo borrar la gran resaca de los odios fermentados? Aun así, felices fiestas para todos.