Opinión | Global-mente

Vladímir Putin, autócrata y señor de la guerra

Cuando en diciembre de 1999, un desconocido Vladímir Putin aparece al lado del presidente ruso Boris Yeltsin, Rusia está de capa caída. La economía noqueada por la crisis del rublo de 1998 y el desplome de los precios del petróleo; la moral hundida tras la fracasada intervención militar en Chechenia. La república caucásica se había declarado independiente y Moscú, después de dos años, tuvo que retirar sus tropas en 1996.

Al lado de Yeltsin, grandullón aunque acabado, Putin parece aún más menudo, con esa carita de niño huérfano. Solo su pasado de teniente coronel del KGB siembra cierta inquietud en las capitales occidentales. Occidente tardaría mucho en conocer quién es realmente Vladímir Putin, hubo dirigentes como el alemán Gerhard Schroeder o el italiano Silvio Berlusconi, gas y petróleo mediante, llegaron a ser sus amigos.

Llega Putin al Kremlin con la misión de levantar Rusia y devolverle su grandeza. Yeltsin dimite por sorpresa el 31 diciembre de 1999 y su entonces primer ministro ocupa la presidencia hasta las elecciones de marzo de 2000 en las que obtiene el 53,4% de los votos. Y lanza entonces la primera de las seis guerras en las que embarcará a la Federación Rusa, enviando tropas a Chechenia. Eso sí, bajo el enunciado de “operación antiterrorista” en respuesta a los atentados en Rusia atribuidos a los chechenos. Moscú la da por concluida en 2009 después decenas de miles de muertos. 

Entre tanto, Putin es reelegido a lo grande en 2004 (71,9%), y comprende que la guerra le da votos, pero la Constitución le impide enganchar más de dos mandatos, así que en 2008 Dimitri Medvedev es elegido presidente y Putin se queda de jefe del Gobierno. Ese mismo año, tras una guerra relámpago con Georgia en apoyo a los separatistas de Osetia del Sur y Abjasia, Moscú firma la paz con el presidente georgiano Mijaíl Saakashvili, pero acto seguido reconoce la independencia de ambas regiones.

Vuelve a la presidencia en 2012 pero con un resultado “mediocre” (65%), son años de protestas por los fraudes denunciados por la OSCE y la ONG Golos, y la emergencia de opositores como Alexéi Navalni. Es también el inicio de la injerencia del Kremlin en Ucrania, alertado por el Maidán y la huida del presidente Viktor Yanukóvich a Moscú. El enfrentamiento armado entre los separatistas del Donbás y Ucrania, y la anexión ilegal de Crimea no son buen presagio pero el conflicto está circunscrito.

Luego Rusia abre otro frente en Siria, donde interviene en septiembre de 2015 en apoyo a Bachar al Asad, con el subterfugio de luchar contra los yihadistas del Estado Islámico y del Frente al Nusra. En pago Moscú obtiene dos bases militares en Siria.

En 2018 Putin, repite en la presidencia (77,5%), ahora por un mandato de seis años. Y ya, en 2020, envía tropas al enclave armenio de Nagorno Karabaj con el pretexto de interponerse entre los separatistas armenios y Azerbaiyán. Allí siguen. La reforma constitucional de ese año anula sus mandatos previos lo que le permitirá presentarse en 2024 y perpetuarse en el poder hasta 2036. 

La guerra de Ucrania que inició en 2022 y ahora su reelección con un apabullante 87,29% pintan el retrato de Vladímir Putin tal como es, el hombre que consiguió que en Rusia ya no se oigan las voces discordantes de Anna Politkóvskaya, Boris Nemtsov o Alexéi Navalni, que solo se oigan sus propios designios.