Opinión | Al Sur

El mundo del mañana

Uno de los mayores desafíos del ser humano ha sido siempre descubrir el sentido de la vida. La filosofía griega encontró en el amor a la sabiduría uno de los ideales más gratificantes. Un filósofo helenista llamado Epicuro llegó a decir que nunca se es demasiado joven o viejo para filosofar porque nunca se es demasiado joven o viejo para ser feliz.

En Roma estuvieron tan ocupados construyendo el imperio que, simplemente, no tuvieron tiempo para preocuparse por el sentido de la vida. Pero sí lo tuvieron los medievales, que levantaron sus ojos hacia lo alto para encontrar algún sentido a todo esto. Y vaya si lo hallaron. Ellos consideraron que había dos caminos para alcanzar la verdad: el camino de la razón y el de la fe. Debemos recorrer ambos hasta donde sea posible y, aún así, quedaremos muy lejos de responder a todos nuestros interrogantes.

La filosofía moderna aspira por primera vez a la autosuficiencia del conocimiento a través del nuevo método científico. El hombre era la medida de todas las cosas y su razón un arma poderosa con la que conquistar mundos ignotos. Con la sola ayuda de la razón y el método científico el hombre conquistó cimas del conocimiento jamás soñadas, pero cuando llegó a lo más alto sintió un gran vacío porque conocía el cómo pero no el porqué de sus logros.

La fragilidad existencial del hombre contemporáneo, enfrentado a las dramáticas experiencias históricas de la primera mitad del siglo XX, acabaron con el optimismo de la razón y con la confianza incondicional en la ciencia. Heidegger culpabilizó al olvido del ser como responsable de una angustia vital que nos convirtió de la noche a la mañana en centinelas de la nada.

Vino después la visión sensualista de la vida que nos ofreció la posmodernidad, sustituyendo los grandes conceptos por los microrrelatos. Y ahora comenzamos a hibridar a la naturaleza humana con los espejismos de la inteligencia artificial. Estamos desorientados, pero no vencidos mientras seamos capaces de defender la vida en todas sus dimensiones desde una sólida base moral. Claro que sí.