Opinión | BUENOS DÍAS Y BUENA SUERTE

Agua bendita de abril

A PESAR de que viví rodeado de procesiones, papones o nazarenos, desde muy niño, nunca fue una estética que me interesara. El predominio de la oscuridad y la amargura, el luto, en fin, me parecía extraño a la alegría juvenil, y eso que, en España, lugar de pasión mediterránea, siempre se combinó el recuerdo de la muerte con el bullicio callejero y las bebidas espirituosas, que, como indica el término, levantan el espíritu del personal.

Somos así, terrenales y divinos, casi al cincuenta por ciento, pero siempre me pareció que la resurrección merecía más atención, porque es la parte buena. Muchos se fueron estos días apasionadamente, para recuperar el equilibrio paso a paso. La lluvia lo envolvió todo, y mientras los cofrades lloraban, contemplando las obras de Gregorio Fernández protegidas por las carpas en las plazas, los pantanos se iban llenando religiosamente de un agua verdaderamente bendita. La alegría llegó mucho más allá de los hombres y las mujeres del tiempo, manejando las isobaras mágicas como un Harry Potter en Cuaresma. Si esto no es fe en la primavera, que baje Dios y lo vea.

Y hoy, despertando en abril, pensamos en volver a la vida, y en la esperanza del sol que ha de llegar. Pero mejor, esta agua bendita que llena los pantanos, que engordará las frutas en otoño, que hará verdecer los prados agostados, que nos insuflará un espíritu de cosecha y triunfo, cuando sabemos que el desierto nos come por los pies, que viajan las arenas y ciegan nuestros ojos.

Nuestro mayor tesón en estos días es competir con el verde más allá de los Pirineos. Afrontar el verano con buenas reservas, en los pantanos y en nuestro corazón. Somos Europa, pero el satélite se empecina en mandarnos imágenes de tierras deforestadas y humedales resecos, en los que las aves acuáticas parecen instalaciones de Calder, a la espera del último gusano. En tiempo duros como estos, la prioridad sigue siendo el agua. La lluvia es un arte sublime porque significa vida y alegría. Despertar en abril es entrar en otra forma de santidad, una santidad laica y ecológica: la de los neveros desmigajándose en las cumbres, engordando ríos que se lanzarán olímpicamente en busca del mar, resucitando raíces, que se retuercen ya en el humus, esa crueldad de abril que significa abrirse a lo nuevo, parir con dolor frutos excelsos, removerse en el subsuelo para surgir de nuevo a la luz.

Pero vivimos tiempos crueles, y no sólo abril es el mes más cruel. La resurrección de la naturaleza que ahora se inicia coincide con una amplia siembra de muerte en algunos lugares del planeta. La gente encuentra la muerte entre las flores. El ciclo de la vida llega con puntualidad, pero los seres humanos manejamos aún esos ropajes de luto desde el principio de los tiempos, como una maldición, como una atracción fatal por lo atrabiliario.

El ritmo de los tambores marcaba el paso hacia la muerte, pero, quizás sin pretenderlo, otorgaba cierto orden al mundo. El afán por encontrar la música que nos devuelva la serenidad es una de las labores que han de acometer los políticos de manera inmediata, pues el giro de las esferas sólo produce ahora desacordes y gritos de terror. Mientras los rizomas de T. S. Eliot se excitan bajo tierra con toda el agua nueva que se precipita desde cataratas y neveros, mientras la naturaleza impone su ciclo inexorable, más poderosa y fiable que toda la fuerza de los hombres, y nos invita a resucitar y no a autodestruirnos, nosotros seguimos atados a la oscuridad y al tormento, protagonizando el calvario particular de la raza humana que aparece cada día en los telediarios.

Abril se abre al fin ante nosotros con su naturaleza doliente que quiere parir el árbol del futuro. Este planeta necesita un amplio regadío del corazón y de la mente, cascadas venturosas que conviertan los sueños enterrados en enredaderas feraces de la imaginación. Los heraldos de la guerra y de la tiranía sólo son los mensajeros de la sequía más funesta para la humanidad. Aquella que no deja germinar la esperanza, aquella que agosta el suelo fértil.