Tras el castigo bíblico derivado de la Torre de Babel, los pueblos incluyeron en su lenguaje la palabra “porque” –because, parce que, weil, perché, quod,… –, que, pese a no identificar ningún concepto, sirve para matizar, precisar, razonar, explicar o aclarar, un verbo o una frase.
Es una manifestación de la voluntad del hombre por entenderse, tras aquel acto de soberbia, convenciendo de algo o explicando algo al interlocutor, con el propósito de mejorar la convivencia.
Expresa el deseo de persuadir, mediante el razonamiento. Naturalmente, quien escucha el “porque…” podrá admitirlo o no y expresar su acuerdo o desacuerdo con las motivaciones, …, pero será percibido como muestra de respeto y voluntad de entendimiento.
El uso del “porque” es una forma pragmática, correcta, educada y razonable, de pedir o explicar algo, mediante el razonamiento y no por la imposición.
Implica reflexión lógica sobre los argumentos que se esgrimen y la intuición necesaria para detectar las características personales de la otra parte.
Detrás de un “porque…” hay voluntad de diálogo, humildad, empatía, paciencia, comprensión y respeto a la opinión del otro.
Debe tener un contenido convincente, razonado, para persuadir y evitar un nuevo “¿por qué?” Los niños, ante una respuesta inadecuada, no convincente, de los mayores, encadenan sucesivos “¿y por qué?”, hasta que escuchan una contestación satisfactoria y responden con un: “¡ah!”
Cuando repiten “¿y por qué?” nos están diciendo “no me has convencido, “no sabes explicármelo”, y los mayores, colmada ya la paciencia, usan respuestas irracionales: “esto no es cosa de niños”, “tú no lo entiendes”, “cuando seas mayor…”.
Los “porque…” de las diatribas verbales entre políticos, tertulianos o amigos, son viaje de ida y vuelta, pues frecuentemente nadie escucha ni tiene voluntad de convencer al otro, sino de echar encima del interlocutor una sarta de reproches, insultos, medias verdades o mentiras, para tratar de imponerse.
En estos casos se observa la falta de algunas de las características fundamentales del “porque…”: voluntad de convencer – no imposición-, argumentos -no razonamientos torticeros o descalificaciones-, escucha y réplica -no el sobreponerse a los “porque…” de unos y otros-, humildad, y, sobre todo, en la mayoría de los casos, como comprobamos en cada sesión parlamentaria, respeto, conocimiento, pedagogía y saber argüir.
Así de sencillo y frecuente: gestos y aspavientos, señalamientos con el dedo índice bien estirado, ofensas personales, ceño fruncido, voces estentóreas, … con los que nunca lograrán persuadir.