Opinión | BUENOS DÍAS Y BUENA SUERTE

La bronca por Broncano

DURANTE muchos, muchísimos años, escribí de televisión, como quizás algunos de ustedes recuerden, y por eso me resulta especialmente atractivo el debate sobre la nueva ‘broncanomanía’ que parece haberse apoderado de la parrilla de la televisión pública, a la luz de las últimas decisiones del ente.

No hubiera imaginado que la contratación de un profesional, o sea, el fichaje, porque esto es un fichaje de primavera, pudiera organizar semejante quilombo, pero se ve que la televisión no está tan obsoleta como algunos predican. La televisión, ese aparato digestivo para las sobremesas, parecía arrumbada, sustituida por las infinitas pantallitas que se iluminan en las oscuridades de lo cotidiano, pues un móvil es tanto la metáfora del dedo de Dios como la linterna que alumbra partidos de fútbol o que nos ayuda a rebuscar en la caja de herramientas del coche. Un móvil tiene lo suyo de navaja suiza.

Pero se ve que la televisión doméstica, la del salón y tal, aún tiene recorrido, porque Televisión Española, que pasa por ser una cadena tradicional, familiar, políticamente correcta y blanca temáticamente, tiene también tentaciones comerciales, faltaría más, o sea, quiere ganar audiencia e influencia, todo eso que la programación convencional a veces no puede conseguir con tanta facilidad como la programación un poco rebelde, resistente, atrevida, provocata, y en este plan. Salvo en canales muy de pago, no veo yo grandes revoluciones catódicas: para empezar, ni siquiera hay manera de mantener un ‘late show’ con la vieja contundencia del formato.

Es esto vino Broncano con lo suyo, como un ‘spin-off’ de Buenafuente, o algo, que hacía comedia como de vacile, dicho sea sin ofender. Broncano no era tanto el niño malo de la onda de pago, sino el tipo que entrevistaba como sin ganas, como de pasota (ahora que ya nadie dice pasota), hasta el punto de que llevaba a la peña para preguntarle por la pasta que tenía en el banco o por la frecuencia con la que practicaba sexo, pero no le preguntaba de lo suyo, o más bien poco. Les sacaba la portada del disco, o del libro, como quien hace ascos a todo eso tan intelectual y previsible, aunque por supuesto todo era, y es, figuración acordada, y los invitados iban, y van, a Broncano con mucho gustazo, porque les quedaba fetén la broma y la promo.

Durante muchas noches fue como la cara B de Buenafuente, que ya estaba instalado en el decorado de maderas nobles y ‘skyline’ de Benidorm, para qué andarnos con tonterías. Broncano pedía a gritos asesoramiento de los de Maestros de la reforma, sólo que aún no se habían pasado por allí. Te daban ganas de llamar a Marie Kondo, que, en viendo el plató de Broncano, podría haber sufrido un colapso de armario. Esa desconstrucción del sofá de piso de estudiante pasará a la historia, con las mil tazas sobre la mesa, igual que otros acumulan cascos vacíos de cerveza. ‘La resistencia’ siempre ha trabajado el ‘arte povera’, y un poco el Kindergarten, con la piscina de bolas, que es el toque naif de la felicidad. Los de Ikea hubieran echado una mano, pero él prefería ese realismo sucio de los peluches y el polvo de imitación, ya si tal.

Ahora, la televisión pública arrebata a Broncano a la televisión de pago, donde la audiencia era pequeña, pero luego se multiplicaba como los panes y los peces. Con algo de bronca, ya lo vieron, Broncano aterriza para poder jugar la Champions, o eso, en el ‘access prime time’. Allí hay tipos, como Castella, que manejan bien la ironía y el sarcasmo. También Ponce, experto en momentos surreales, irá a lo de TVE, si no me equivoco. Broncano ficha con sus incondicionales, como quien se lleva consigo al entrenador de porteros y al fisio. Se ha hablado de competencia feroz por la audiencia, de guerra ideológica, y esas cositas. La gran pregunta es si Broncano funcionará a esa hora y en ese lugar, porque todos tendrán que adaptarse. Broncano se hizo un sitio en los márgenes, con su cosa loca, y ahora llega al gran portaaviones, bajo los focos poderosos, y quién sabe si no estará acojonado.