Opinión | BUENOS DÍAS Y BUENA SUERTE

Sánchez, entre lo global y lo doméstico

SE HABLA de un Pedro Sánchez completamente volcado en la cosa internacional. Leo en algunos lugares que el presidente vive la globalidad de manera excesiva, como si quemaran los asuntos de casa, siempre en ebullición desde que el enfrentamiento entre contrarios se convirtiera en casi la única forma de hacer política. ¿Es una manera de alejarse del ruido local?

Aquel Sánchez que demandaba un poco de atención de Biden en los pasillos europeos (hoy demanda atención en su país hasta el propio Biden, ya ven), seguro que se acuerdan de todo esto, hasta el punto de que se cronometraban los segundos que duraba el intercambio de algunas palabras entre Sánchez y el presidente norteamericano, alcanzó un éxito bien diseñado en la cumbre madrileña de la OTAN, seguro que se acuerdan también. Pero ahora, con varias elecciones por delante, y con una coalición de gobierno que se juzga quebradiza, a Sánchez se le ve muy en la cosa global y en el debate europeo.

En este tiempo de maniqueísmos, en el que los detalles y los matices no cuentan demasiado, cualquier análisis complejo tiene las horas contadas. Malo para las democracias, que sólo se pueden abordar desde la complejidad, desde lo poliédrico, como corresponde a la naturaleza intrínseca de las sociedades contemporáneas. Es cierto que el punto débil del gobierno de Sánchez reside en el ámbito de lo cercano, sobre todo cuando la oposición contempla la legislatura como el ejercicio de un equilibrio precario, sometido a presiones diversas, y, en particular, al capricho de los independentistas.

Es normal que se ataquen los flancos débiles. Pero conviene, al tiempo, no confundir la realidad y el deseo. Es posible que Sánchez se encuentre con alguna patata caliente a la hora de decidir sus apoyos, tanto en las elecciones de Euskadi como en las de Cataluña, pero no parece que ninguno de esos asuntos sea tan decisivo como para hacer tambalear esa legislatura de acuerdos precarios. No faltan los que creen que la victoria de Salvador Illa en las catalanas, como anuncian algunas encuestas, podría complicar más la legislatura al presidente. ¿Quizás porque aceleraría una sensación de fracaso en Puigdemont y sus acólitos? Sánchez sabe que, además de elegir el Parlament, en esas elecciones se medirán los apoyos con los que cuenta el independentismo catalán en este momento, tras un tiempo de política de apaciguamiento, como se la ha llamado. Y sabe que esa es una baza importante: puede marcar, sin duda, el futuro inmediato. Y su propio futuro.

Sánchez llega a Euskadi y a Cataluña con unas perspectivas electorales que podrían resultar decisivas. Mucho más si, por lo que fuera, lograra imponer finalmente un gobierno socialista en Cataluña, lo que quizás le permitiría pasar página con respecto al procés, y, aunque algunas decisiones estratégicas puedan resultar muy difíciles, en función de los resultados, y dado el bipartidismo nacionalista al que parece abocado el País Vasco, es obvio que Sánchez no se cambiaría ahora mismo por otros liderazgos: a pesar del ruido local, mantiene una capacidad importante de influencia. Otra cosa sería, claro está, si Puigdemont saliera reforzado de la cita electoral catalana.

Mientras todo esto se va amasando en el horizonte, sin que las posibilidades electorales de cada uno estén aún muy claras, es cierto que Sánchez ha tomado la bandera internacional, con vista en Europa, claro está, pero sobre todo a causa de la grave coyuntura global provocada por la guerra en Ucrania y en Gaza.

No es más confortable ahora mismo la política exterior que lo que algunos consideran una política local ruidosa y poco manejable. Sánchez se postula como creador de sinergias, por ejemplo, en torno al establecimiento de un estado palestino, concitando los apoyos recientes de Noruega e Irlanda. Es posible que Sánchez se sienta más concernido por influir en un contexto de graves dificultades internacionales que por el ruido ensordecedor de las batallas electorales y la polarización de la política nacional. Pero, finalmente, tendrá que atender a todo.