Opinión | Global-mente
La ley de la discordia aprobada en Georgia
Una bronca descomunal dentro y fuera del parlamento de Georgia no impidió la aprobación de la Ley de agente extranjero. Dentro, llovieron las tortas entre legisladores; fuera, los manifestantes, envueltos en las banderas de la UE y de Georgia, les gritaban ¡esclavos, rusos! En balde.
Ni la presión de EEUU, ni la advertencia de la UE -Georgia obtuvo el estatus de candidata a la adhesión en diciembre de 2023- le paró los pies al Gobierno de Irakli Kobakhidze, cuyo partido Sueño Georgiano lleva doce años en el poder.
La oposición la llama la “ley rusa” porque, dice, está calcada de la legislación en vigor en Rusia desde 2012 que ha servido a Putin para silenciar cualquier atisbo de discrepancia, no digamos de oposición. Entonces, ¿en qué consiste esta ley que ha puesto en pie de guerra a los estudiantes y sacado a 50.000 personas a las calles de Tiflis el fin de semana pasado?
Pues exige a los medios y ONG que reciban más del 20% de su financiación de donantes extranjeros, registrarse como “sirviendo intereses de una potencia extranjera”, bajo pena de multas de hasta 8.650 euros y de someterse al control del ministerio de Justicia que podría obligarles a compartir información sensible.
Aprobada por 84 votos contra 30, a cinco meses de las elecciones, la nueva ley las convertiría en una farsa según la oposición, que ve en ella una amenaza a la supervivencia de los avances democráticos iniciados con la Revolución de las Rosas en 2003. Al revés, dice el Gobierno, la ley dará más transparencia a la financiación de las ONG y más protección contra las injerencias extranjeras. Para Sueño Georgiano se trata de blindar al país caucásico de la suerte corrida por Ucrania.
Y es cierto que hay paralelismos entre ambos países, dos ex repúblicas soviéticas enclavadas en la fractura entre las zonas de influencia de Moscú y de la UE, zarandeadas entre prorrusos y europeístas, entre el pasado conocido y el futuro incierto.
Situada en el Cáucaso sur, en el confín entre Europa y Asia, la pequeña república de 3,7 millones de habitantes se independizó al rebufo del colapso de la URSS en 1991. Desde entonces las relaciones con Rusia lejos de apaciguarse han sido siempre agitadas. En 2008 Rusia lanzó una guerra relámpago al intentar Georgia recuperar el control de Osetia del Sur, una provincia separatista, que junto con Abjasia fueron reconocidas por Moscú como Estados independientes. Georgia perdió el 20% de su territorio. Un agravio al que Tiflis respondió cortando relaciones diplomáticas con Moscú.
Cuando Putin invadió Ucrania, en febrero de 2022, Georgia se posicionó en la neutralidad y no suministró armas a Kiev, pero sí ayuda humanitaria, además de acoger a miles de refugiados ucranianos, y curiosamente también a los rusos que huyeron de su país para evitar ir a combatir en Ucrania. La mano de Putin volvió a sembrar la cizaña en mayo 2023 al levantar el veto a los vuelos directos con Georgia, en vigor desde 2019, y suprimir los visados para los georgianos. Hubo protestas entre ellas de la presidenta de Georgia, la europeísta Salomé Zourabichvili, señal de la desconfianza hacía Moscú de la población que mayoritariamente (el 79%) apoya la entrada en la Unión Europea.
El veto a la ‘ley rusa’ prometido por la presidenta quedará en nada, pero los oponentes que son muchos no cejarán. Y ya tumbaron una ley idéntica en 2023.
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