Opinión | Buenos días y buena suerte

Entonces, Europa, ¿no?

SE ACERCAN las elecciones europeas, pero el personal siempre vio estos comicios como una cosa lejana, o externa, o así, cuando realmente es una cosa muy cercana y muy, muy interna. Nosotros también somos Bruselas. Permítanme que instale ya esta valla publicitaria. Y vaya si lo somos. 

Entonces conviene ver a Europa como madre, no como madrastra. A pesar de las discrepancias, los errores, las ambigüedades, las dudas, ay, las dudas, esa postura en el plasma global, ese perfil natatorio, que nos obliga a equilibrios extraordinarios como en la sincronizada, para no chapotear, para no salpicar, para no sugerir lo que no se debe o no se puede, para decir cositas con la boquita pequeñita, para seguir siendo la Europa racional y atemperada, la Europa azul, que debería ser azul griego, como la portada de Ulises. Y por eso nos acusan de no coger el presente por los cuernos, de no sentirnos potencia, siquiera potencia aristotélica, de no ocupar un lugar en el mundo.

Vivimos tiempos bélicos y vertiginosos, y Europa seguramente siente la extrañeza de este momento que nos ha tocado vivir. Peores tiempos hubo en el pasado, queridos, y aquí estamos remando. A Europa se le acusa de falta de pragmatismo, de liderazgos blandos que sobrevuelan los bellos salones (pero la democracia que funciona ha de ser aburrida y previsible como una lavadora, ¿no?), de andar de puntillas en los conflictos geoestratégicos, que nunca se sabe por dónde se puede prender la mecha. A Europa se le pide que sea más ella, y menos los otros, que no sea indecisa, pero el pensamiento complejo lleva su tiempo. Tal vez estamos en medio de todo, eso es, y nuestro proyecto pulcro, silencioso, heredero de lágrimas y hermosos renacimientos, siente ya en la nuca el acre aliento de las nuevas barbaries. 

Por eso os digo: hay que votar para salvar a Europa. Han visto su cuerpo delicado, esas maneras de pensadora antigua, ¡en tiempos de la IA!, carajo, han visto sobre todo esas indecisiones, ese no decir del todo a veces, porque a tantos se les debe, por ejemplo, la seguridad y la defensa, y de pronto las nuevas hordas que perforan el alma de los estados han encontrado la yugular, han olido sangre, que se dice, y deciden que ya está bien de posturitas sobre el azul, ya está bien de filosofías, así que es un ‘bullying’ continental. Europa señalada, zarandeada, el momento llegó, piensan, de parar a estos modernos.

Los heraldos, como Milei, o Trump, inspiran la nueva sintaxis del hierro y también a algunos modelos en Europa. La oportunidad de instaurar una internacional de la motosierra, colegas, ese soñarse sin justicia social, triunfadores del mundo uníos, esa es la cuestión. Y limpiemos Europa como si fuera una vitrocerámica, parecen decir, que brille el mundo perfecto, con los nuevos héroes para la colección, nada de esa grisura administrativa centroeuropea, sino la política apasionada, feroz incluso, los gestos rotundos que decapitan estatuas florentinas: esa aura de certeza que da la ignorancia. 

Por eso os digo: hay que votar para detener las lágrimas futuras. Europa tiene una gran arqueología de la memoria, nuestros estratos no mienten, se ven bien los incendios y la tierra negra que marca las tragedias. ¿Cómo volver a caer en el horror reciente? ¿Cómo renunciar a la belleza del conocimiento, a la grandeza de la apertura al mundo, a la compasión y la solidaridad, cómo renunciar a lo conseguido, con sangre y sudor, sí, y cómo dejarnos arrastrar por el turbión de intolerancia, que se alimenta con apetito pantagruélico de todos los miedos y las insatisfacciones, que bebe de la simpleza, que se atribuye una nueva épica de estética dudosa, una supuesta rebeldía de gritos vacuos y eslóganes vulgares? Europa, en los próximos días, se lo juega todo.