Compostela Viva | Javier Peña López Escritor

“Me aporta calma saber que la gente a la que admiro era bastante más infeliz que yo”

Defensor de que la infelicidad no es algo peyorativo, sino una forma de ver la vida, Javier Peña tiene una gran obra publicada en torno a este concepto

Javier Peña es autor de 'Infelices' y ‘Agnes’, ambas publicadas por Blackie Books

Javier Peña es autor de 'Infelices' y ‘Agnes’, ambas publicadas por Blackie Books / El Correo Gallego

El escritor, afincado en Compostela, Javier Peña (A Coruña,1979) ya ha publicado dos libros sobre el concepto de la infelicidad, Infelices y Agnes, ambas en la editorial Blackie. Ha conseguido que su pódcast, creado y producido desde su casa en Santiago, Grandes Infelices esté dentro del ranquin de los 52 mejores pódcast del mundo según la revista Elle y, además, es el director de la Residencia Literaria de la Cidade da Cultura de este año.

Para empezar, ¿podría decir cómo se inició en el mundo de la literatura?

Yo siempre quise ser escritor, era el sueño de mi vida. Me metí en periodismo con ese objetivo, lo que fue un error porque fue ahí donde aprendí que se puede escribir sin escribir. El periodismo me alejó de la literatura e hizo que llegase ese momento de infelicidad, de vacío vital, cuando ya llevaba siete años trabajando en el mismo sitio en algo que realmente no me gustaba. No había hecho nada de lo que esperaba en la vida, no había cumplido ni una sola de mis metas. Fue en ese momento cuando una de mis amigas, con la que compartía despacho, se enfermó de cáncer y tuve que usar la escritura como una terapia, un desahogo.

¿Pensó desde el principio en publicar eso que estaba escribiendo como desahogo?

Necesitaba escribir, no pensaba en publicarlo. Cuando terminé Infelices (Blackie) solo se lo enseñé a tres personas: mi mujer, mi amiga y compañera de despacho y una segunda amiga. Fueron ellas quienes me animaron a publicar. Fue esa última amiga la que conoció a una agente literaria y la puso en contacto conmigo, fue así como llegué a publicar en Blackie.

¿Fue difícil verse tan de repente metido en el mundo de los libros?

Después de firmar el contrato con Blackie dejé mi trabajo y tuve dos años de paro que dediqué a distintos proyectos, entre los que estaba escribir. El libro tardó tres años en salir, eso fue lo más duro.

¿Cuándo llegó a Santiago?

Llegué en el 97, vine a estudiar y ya me quedé prácticamente para siempre, sin contar algunos momentos puntuales. Siempre digo que soy más de Santiago que de A Coruña. Llegué con 18 años, casi todo lo que he hecho ha sido aquí.

¿De dónde surge la idea de escribir Infelices?

De ese fracaso, esa sensación de fraude que tenía mi generación y creo que se puede extrapolar a las siguientes. Empecé a estudiar la carrera y me metieron una serie de expectativas basadas en una meritocracia que ahora sé que no existe. Yo creo que el periodismo vivió una crisis antes de la crisis y yo tenía unas expectativas inadecuadas. Por eso surge esa historia, un grupo de cinco amigos de los cuales cuatro estudian una carrera y se creen que se van a comer el mundo pero el mundo termina comiéndoselos a ellos. Es difícil asumir ese fracaso que, igual, no es tan fracaso y simplemente es la vida.

Y su segunda novela sigue este mismo hilo.

Sí y no. Mi segunda obra, Agnes, tiene bastante que ver con mi proceso en el momento que la escribí, que fueron esos años que tuve entre que firmé el contrato de Infelices y salió. La historia trata sobre un escritor que casi nadie conoce. Hasta ahora no ha habido más noticias mías, pero no será mi última novela.

Una de los proyectos que ha realizado y que ha tenido más éxito ha sido su pódcast, Grandes Infelices. ¿Esta idea cómo nace?

Al publicar Agnes me di cuenta de que soy un escritor lento, de vivir con las historias bastante tiempo. Como sé eso y ya he conseguido un pequeño grupo de seguidores, me piden que haga cosas. Decidí hacer el pódcast como una forma de mantenerme en contacto con mis lectores.

"Me sorprende como un pódcast hecho en Santiago, en mi casa, lo escuchan desde tantos países. Saltó el charco y traspasó fronteras, me escucha mucha gente de Latinoamérica, sobre todo de México y Colombia. Me escriben de muchos países"

Pero llegó más lejos.

Fue creciendo y creciendo. Saltó el charco y traspasó fronteras, me escucha mucha gente de Latinoamérica, sobre todo de México y Colombia. Me escriben de muchos países. Me sorprende como un pódcast hecho en Santiago, en mi casa, lo escuchan desde tantos países. Lo que nació como un entretenimiento ha tomado peso y se lleva parte de mi tiempo, ya que cada episodio exige una preparación larga. El año pasado le dediqué seis meses al pódcast.

Yo creo que la pregunta que todos nos hacemos es el por qué de esa atracción hacia la infelicidad. ¿Por qué toda su obra parece girar en torno a este sentimiento?

Cuando mis amigos quedan conmigo, a veces dicen ‘quedé con el infeliz’. Pero es que así me considero, a pesar de que la gente crea que es una palabra peyorativa, realmente es una forma de ver la vida. No soy una persona que disfrute y tiendo a regodearme en lo oscuro de la vida. Una vez admitido, no creo que sea algo de lo que avergonzarme. Al reconocer mi propia infelicidad me he vuelto más feliz. Creo que es algo que nos pasa a los creadores de todo tipo, ya que al estar insatisfechos siempre intentamos encontrar algo, crear mundos o cosas porque lo que hay no nos gusta. La gente que simplemente es feliz, ¿por qué iba a crear nada? Nosotros somos los que necesitamos un mundo alternativo.

"Una vez admitido, no creo que sea algo de lo que avergonzarme. Al reconocer mi propia infelicidad me he vuelto más feliz. Creo que es algo que nos pasa a los creadores"

¿Cree que aporta algo el hecho de hablar de esa infelicidad que sintieron personas a las que, muchas veces, tenemos idealizadas?

A mí me aporta calma saber que la gente a la que admiro era bastante más infeliz que yo. Muchas veces creemos que la infelicidad está solamente en no alcanzar nuestras metas o cumplir nuestros sueños, pero esas personas a las que admiramos que sí que consiguieron llegar a dónde tanto ansiaban tampoco les llegó para ser felices. Hay que analizar a estos grandes: ver lo que pensaban, con qué sufrían... Esas cosas me hacen sentir menos raro cuando no consigo ser feliz en circunstancias en las que, según la sociedad, debería serlo.

Fingir es siempre mucho más difícil que decir la verdad, pero estamos más dispuestos a mantener una fachada de felicidad antes de hablar de lo infelices que somos. ¿Por qué cree que sucede esto?

Porque la sociedad ha establecido que la felicidad es una meta de la vida y, de repente, la gente no consigue llegar a lo que tanto le han vendido. La felicidad de ahora muchas veces es de imagen, falsa, y eso hace que nos avergoncemos. Ser infeliz no es nada malo, tienes que asumirlo y seguir adelante.

Este choque entre la necesidad de ser felices y el asumir que no lo somos, ¿le ha acarreado alguna consecuencia?

Lo cierto es que tengo muy buenas críticas. La única negativa fue en el pódcast, cuando me llamaron la atención por atreverme a llamar infeliz a esos escritores que, realmente, han tenido vidas terribles. Personas que se terminaron suicidando, que vivieron bajo el régimen nazi, que sufrieron una dolorosa enfermedad... Gente infeliz, pero me criticaron como si los estuviera insultando. Es por eso que digo que tenemos esa palabra unida a un significado peyorativo cuando, en realidad, no pasa nada. Es una forma de ser. Yo pensaba que mi vida sería mucho más feliz una vez publicara mi libro, que era mi sueño y, al final, al poco tiempo de que pasaran todas esas emociones de los primeros días, volví a ser igual de infeliz que antes. La sociedad capitalista nos incita a alcanzar metas para agradar a los otros, no a nosotros mismos.