Seis sagas empresariales de Santiago perduran y están muy vivas

La editorial Guiverny acaba de publicar Sagas empresariais de Santiago, un trabajo que recoge las motivaciones y peripecias más importantes de los emprendedores compostelanos

Instalaciones de Urovesa en Valga

Instalaciones de Urovesa en Valga / Urovesa

Carlos Gayoso

Hay una suerte de dicho popular que trata de reflejar sintéticamente el desarrollo de la contemporaneidad empresarial de Galicia: “Mientras Vigo trabaja, Pontevedra duerme, A Coruña se divierte... y Santiago reza”. La capital de Galicia carga, aún hoy, un sambenito de ciudad clerical, turística, muy alejada del concepto de prosperidad empresarial, pero no siempre fue así.

La editorial Guiverny acaba de publicar Sagas empresariais de Santiago, un trabajo que recoge las motivaciones y peripecias más importantes de los emprendedores compostelanos que fueron perfilando la estampa empresarial de la capital gallega a lo largo de los últimos siglos. El trabajo está realizado por un grupo de investigadores formados en la USC y dirigido por el catedrático en Historia contemporánea de la misma universidad, Miguel Cabo. Lejos de una pretensión investigativa, Sagas empresariais de Santiago está elaborado en una fuerte clave divulgativa, haciendo radiografía de las empresas familiares compostelanas a través de la anécdota y las curiosidades personales.

Más que tratar de esbozar una cronología del tejido empresarial compostelano, tal y como indican sus autores, cada capítulo que divide Sagas empresariais de Santiago narra la trayectoria de uno de estos clanes familiares, que sembraron su huella en el imaginario colectivo y la identidad de la capital gallega. Aunque centra su foco en la época contemporánea (S.XIX-XX), el libro dedica su primer capítulo a explicar el gérmen de las sagas familiares con la edad moderna (S.XVI-XVIII), cuando se dio el auge de las primeras curtidorías de cuero, que pusieron a Santiago de Compostela en el mapa del incipiente panorama industrial gallego.

Los siglos XIX y XX en Santiago fueron canon y epílogo de muchas sagas empresariales que, aunque en gran medida al márgen de la industria, supieron hacer vanguardia en otros muchos sectores. De aquellos tiempos, permanecen vivas seis sagas empresariales compostelanas. Algunas de ellas se mantienen a día de hoy después de atravesar el fragor de casi un siglo, atravesando numerosos relevos generacionales, un proceso muy complejo y que muchas veces, se zanja con el fin de estas empresas, como fue el caso de la venta a Monbus de Castromil, el cierre de la chocolatería Raposo o, más anterior, la disolución del banco Olimpia.

Las seis sagas que permanecen

Una de las más potentes dinastías de la empresa compostelana es la de los Bescansa, que fueron pioneros en el ámbito de la telecomunicación con Televés, fundada en 1958 de la mano de Ricardo Bescansa y Amador Beiras y, que a día de hoy, opera de manera multinacional. Además, tambien fundaron un laboratorio farmacéutico junto con una farmacia que todavía sigue operativa en la zona del Toural.

Otra saga empresarial compostelana que prevalece y opera a nivel internacional es la de la maderera Finsa. Fundada por Manuel García Cambón en 1931, es la empresa de fabricación de tableros más antigua de la Península Ibérica. En 1990, tras el fallecimiento del fundador, la dirección fue ocupada por los hijos. Actualmente es la sexta empresa que más factura de Galicia.

Una corporación familiar posterior, pero puntera en el sector militar a nivel mundial es Urovesa, empresa especializada en la creación de vehículos especiales que fue creada por José Sierra Fernández en el año 1981. En la actualidad, es proveedor oficial y uno de los principales contratistas del Ejército español. Actualmente, la empresa está dirigida por Justo Sierra, el hijo de José Sierra, tras su fallecimiento en el año 2016.

Juan Portela Seijo y su mujer María, en un Stand de Zenith en 1964

Juan Portela Seijo y su mujer María, en un Stand de Zenith en 1964 / Cedida

En 1939, Juan Portela Seijo comenzo, junto con su mujer, su periplo en el mundo de la electrónica abriendo una pequeña tienda en Rúa do Vilar. Poco después, el negocio no tardaría en implementar sus primeras patentes en el campo del sonido, como el primer magnetófono de hilo que se conoce en el mundo, que data del año 1942 y fue un invento original de su hermano, José Portela Seijo. El magnetófono llegó a atraer la atención de la multinacional Phillips, pero José rechazo vender los derechos de explotación de su invención para intentar manufacturarlo con su hermano desde Santiago. Otra de las creaciones de la empresa compostelana es el Organ Sound, un bafle con tubos resonantes que conseguía aislar cuatro sonidos simultáneos. La empresa opera a nivel nacional en Rúa do Horreo y está gestionada por Yago Portela, hijo del dueño.

Las dos sagas restantes se mantienen en la ciudad, pero en un ámbito más local. Una es la platería Otero, creada en 1920 por el orfebe Augusto Otero, y la otra es la pastelería Casa Mora, fundada en 1924 por José Mora que se hizo famosa en la ciudad por introducir el elemento de la cruz de Santiago a su tarta de almendra. Hoy está gestionada por su familia en un local de Rúa Frei Rosendo Salvado.

Las primeras empresarias

Aunque en el anterior siglo el mundo de la gestión empresarial de Santiago estuviese dominado en su totalidad por el hombre también hay nombres de mujer escritos en la historia de muchas sagas y jugaron un papel crucial en momentos clave para la continuidad de empresas compostelanas. Tal es el caso de Juana Blanco Navarrete, heredera del comerciante y banquero Simeón García que heredó en 1894, junto con sus seis hijos, la sociedad bancaria que dejó su marido. Por causa de ser mujer, carecía de capacidad legal para gestionar la empresa heredada y tuvo que apoyarse de su abogado, Ricardo Blanco Cicierón. Aunque no se involucró de lleno en la gestión, supo mantener la unidad del capital de la empresa y garantizar su supervivencia años después.

Lo mismo ocurrió con la saga de peleteros Harguindey, que fue traspasada a Juana Broussain, viuda de Juan Harguindey tras su fallecimiento en el año 1851. A diferencia de Blanco Navarrete, su situación personal la obligó a ser ella quien llevase las riendas de la sociedad peletera hasta que sus hijos varones creciesen y se pudieran hacer cargo. Hasta el día de su muerte, en 1871, Juana se mantuvo en la dirección, dando a la empresa Harguindey las dos mejores décadas y posicionándola como la peletería referente en Santiago frente a otras, como la de la familia Otero.