La Rúas Ameas se encarga de unir la Praza de San Fiz de Solorio con el convento de San Agustín dentro de una de las más destacadas intervenciones decimonónicas de la ciudad, que se encargó de la total reconversión del espacio ocupado anteriormente por el Palacio de Altamira, de cuyos muros perimetrales toma el nombre la calle.

Se trata de un buen ejemplo de que los nombres de las calles de una ciudad se vinculan de diversas maneras con su historia.