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Qué vergüenza, señor

Xaime Barreiro Gil

Xaime Barreiro Gil

VERGÜENZA O PENA, que ya no sé muy bien cuál de las dos proclamar. Quizá las dos, sin orden, porque tanto da. Sea la que sea, es lo que sentí a la vista del incidente que se produjo en la puerta de un acto oficial de la Comunidad de Madrid a la que llegó un ministro del Gobierno de España y se encontró con que no se le autorizaba el paso por no haber sido previamente invitado.

Me da igual de quien sea la culpa, que, aunque lo sepa, no quiero ondearla, para dejar que los propios lectores juzguen por su cuenta. Pero les preguntaré: ¿hay alguien que crea que las relaciones entre dos instancias principales de gobierno deben ceñirse inexcusablemente a las reglas de la entrada regulada? ¿Hay alguien que crea que la celebración de 2 de mayo, fecha donde las haya de rememoración histórica para España, de igual y máximo interés, pues, tanto para el gobierno autonómico como para el central, exija permisos y concesiones? Aun queriendo contestar que no, que no hay nadie con dos dedos de frente que crea ninguna de esas dos cosas, los comportamientos correctos entre autoridades no deben ni pueden devenir en irrespetos propios de gente más ruin.

Pueden ustedes decirme que no exagere, que no es para tanto. Pero yo, si me lo permiten, les contesto ¿de verdad que, encontrándose en una situación protocolariamente inesperada, a ninguno de los responsables del servicio correspondiente se le ocurre cómo resolverla sin que trascienda más de lo inevitable y menos aún con escándalo? Sí, yo creo que sí; sin necesidad de acudir a la Inteligencia Artificial que, por lo visto, es capaz de hacer más listos a los más tontos.

Si lo que se ha desencadenado a la puerta de la sede de la Presidencia del Gobierno de Madrid es el tipo de relaciones con que se tratan entre sí los políticos españoles, es que España, por su culpa, está caída en el fango sucio del camino. Y, por si fuera poco, ¡imagínense lo que harán ahora los seguidores malformados de esos banderines! Menuda semana de declaraciones y contradeclaraciones nos espera. Es para llorar sin consuelo.

Y que Alberto Núñez Feijóo, al ser preguntado por lo sucedido, conteste, con risitas frívolas, que no se va a ningún sitio sin invitación, y que cuando el maldito preguntón le volvió a preguntar por si él estaba invitado y en razón de qué, contestase con un simple “sí, desde luego, porque soy el presidente del PP”, con más risitas como las de antes, pues ya está: apaga y vámonos. Puede que esto no tenga remedio.