BUENOS DÍAS Y BUENA SUERTE

Parábola del musgo

José Miguel Giráldez

José Miguel Giráldez

EL MUSGO de los belenes, ya ven qué cosas, me sugirió que hemos perdido aprecio por lo pequeño. Todo se adhiere a una mirada larga, que pretende abarcar mucho tiempo y mucho espacio. Vivimos en la pequeñez doméstica, pero la tecnología nos ha empujado a las grandes dimensiones. Damos varias veces la vuelta al planeta cada día, gracias a internet y al teléfono móvil. No es algo físico, pero tampoco algo meramente imaginativo o intelectual. Hablamos a veces con personas muy lejanas. Todo se proyecta hacia lo grande, como la macroeconomía, cuyas cifras no nos alcanzan (aunque influyan en los precios y cosas así), y diría que estamos muy complacidos de tener una gran mirada global: quizás hace que nos sintamos más importantes.

Lo pequeño ha inspirado, por ejemplo, muchas ideas de las filosofías orientales. Sin embargo, hoy predomina la mirada que sobrevuela con avidez el ancho mundo (aunque sólo sea, a menudo, a través de la televisión), lo cual contribuye a la generalización y a la falta de matices, quizás el mayor mal de nuestro tiempo. Presumimos de estar muy informados, de saberlo casi todo, aunque, en realidad, sólo sabemos cosas esquemáticas y enormes cifras que casi siempre nos asustan. Creo en un mundo sin fronteras (por eso Europa merece la pena), pero este exceso de globalidad nos resta la belleza del detalle. Y nos hace más superficiales.

Naturalmente, hay muchos asuntos que no pueden obviarse. Por lejos que vivamos de las guerras (y tampoco estamos tan lejos de ellas), deberíamos sentirlas como lo que son: tragedias que llegan a lo doméstico, con nombres y apellidos que nunca conoceremos. A veces pienso que, con el paso de las semanas, las percibimos como algo borroso, inconcreto, quizás para protegernos. Los escombros de hoy se confunden fácilmente con los de ayer, la barbarie de hoy se suma a la de ayer y se convierte en una cifra, atroz, sí, pero una cifra que se escucha en la distancia. Es la costumbre de la muerte. 

No se puede obviar el horror que se vive en otras latitudes, ni la pobreza, ni la persecución por causa política o religiosa, ni los desastres naturales, ni se puede olvidar que todo, todo, es finalmente pequeño y doméstico, todo afecta en las distancias cortas y a personas concretas. No son cifras, ni titulares genéricos, ni atmósferas, ni siquiera ideologías, no: finalmente son personas. 

Y, llegados a este punto, déjenme retomar el asunto del musgo. De niños lo recogíamos en fechas como esta. Nos dirigíamos a las esquinas más umbrías y húmedas, donde un extraño fulgor verde nos descubría los tapines de musgo, del que nada sabíamos. ¿De dónde esa perfección? Un libro recién publicado que acaba de caer en mis manos, ‘Reserva de musgo’, de Robin Wall Kimmerer (Capitán Swing) me ha explicado, muchos años después, de dónde venía toda aquella fascinación infantil. El libro de esta norteamericana, de ascendencia nativa, podría encuadrarse en ese género que ahora se llama ‘Nature writing’ (literatura de la naturaleza). Hace muchas décadas que se escriben libros así, y basta con recordar a Aldo Leopold, que murió en los años cincuenta. No se lo pierdan. Es uno de mis géneros favoritos, así que el libro de Kimmerer ha resultado toda una revelación.

La botánica neoyorquina enseña a mirar de cerca la vida secreta de los musgos. Siempre han logrado esquivarnos, incluso cuando los recogíamos absortos por su verdor profundo. Kimmerer habla del musgo como parábola, como metáfora del mundo: “sus voces apenas se oyen y tenemos mucho que aprender de ellos”, dice. Y añade: “poseen mensajes importantes que han de ser escuchados”. Y así, avanzamos en este decorado de la infancia, en esta pequeñez tan extraordinaria que es, en realidad, “un complejo tapiz, una superficie brocada de patrones extremadamente ricos” (como las figuras fractales de la nieve vistas al microscopio). “El bosque de abetos y el bosque de musgo se reflejan mutuamente”, insiste Kimmerer. Es la vida secreta que pasa a nuestro lado. Conviene regresar a la lupa, en este mundo tan global.