Al Sur

Dicen por ahí

Marcelino Agís Villaverde

Marcelino Agís Villaverde

En estos días de enero duerme el paisaje entumecido por el rocío y las estrellas tiritan de frío. No se mueve ni una brizna en el campo y tan solo los arroyuelos que bajan de la montaña parecen tener prisa. Detrás de las casas humeantes se adivina la vida, pero no se ve a nadie porque todo el mundo se entretiene recogiendo los últimos vestigios de la Navidad.

Quien más quien menos ha guardado sus recuerdos de las fiestas en el armario inmaterial de la memoria para poder echar mano de ellos en las largas noches de invierno y disfrutar del hijo o del nieto que ha vuelto a casa y ya se ha ido. Toca a esperar, agazapados tras la lectura de un buen libro, para contemplar cómo los días van ganando, minuto a minuto, la batalla a la noche.

Las campanas de la iglesia ya no marcan como antaño el ritmo de la vida porque estamos demasiado ocupados en nuestros quehaceres y no prestamos atención a los milagros cotidianos. Como esos atardeceres breves que el sol, desde su trono sideral, no se olvida ni un solo día de regalarnos. Y poco más. De vez en cuando ladra un perro para ahuyentar el aburrimiento, mientras nos refugiamos en el interior de nosotros mismos para matar el frío.

Enero se parece bastante, salvadas las distancias, al eterno retorno de lo mismo. Mas nadie se olvide, cinco minutos bastan para desperezarnos y darle la vuelta al calcetín de la vida. Y aunque cueste encender el fuego porque la leña se ha humedecido, lograrlo de nuestra tenacidad depende. Este es el sencillo mensaje que hoy quería ofrecerles: el futuro comienza hoy y depende de nosotros. La única condición es no perder la fe.