POSDATA

¡La que nos espera!

Xaime Barreiro Gil

Xaime Barreiro Gil

TAL Y COMO se vienen usando últimamente en política los apelativos, por no decir insultos, que es más bravo, no hay que ser adivino para adelantar que en los próximos treinta días van a acabar doliéndonos los oídos. En estos mis dos países, Galicia y España, no hay tema que se pueda tratar sin zaherimiento. Las opiniones ya dejaron de ser afirmaciones sobre lo que uno mismo cree o piensa sobre esto o aquello; no, ahora se trata de formulaciones intencionadas para la negación de lo que piensa el otro. Y si eso se dice con la voz alzada y los adjetivos exaltados, mejor que mejor. 

Esta extendida práctica, por cierto, deja en evidencia que a quien se pronuncia de esa manera le interesa más la opinión ajena que la propia. De un tiempo a esta parte el “yo creo que” ha quedado absolutamente delegado por el “aquél, será tonto, cree que”. Esa es la razón de que se oiga más griterío que debate: las opiniones ya no se intercambian, sino que se arrojan. Y por eso ellos mismos, los políticos, tan generosos en críticas, son parcos en propuestas. 

Nosotros, los electores, aún por encima, no es infrecuente que nos dejemos llevar por ese teatro de maledicencias y acabemos pensando que “fulano es un imbécil porque lo dice mengano”. Si era pobre el discurso, también lo es el criterio. Vamos pareciéndonos cada vez más a la “voz de su amo”. Sólo cuentan con nosotros para votar, y si es calladitos, otro mejor que mejor.

Me acuerdo de cuando mi madre me reñía al oírme hablar mal de alguien: “neno,  –me decía, entre zapatillazo y zapatillazo–, respeta si queres ser respetado”, aunque lo mío fuese en legitima defensa. Es sabido que en la cultura aldeana hay más matices: la persona no quiere ser confundida con el perro que ladra. Cada uno en su sitio.

Si ustedes leen varios periódicos cada día y son espectadores de otras tantas tertulias, siendo generalmente periodistas tanto los que trabajan en unos como los que participan en otras, siendo incluso los mismos, supongo que se darán cuenta de que manejan más opinión, por leerse los unos a los otros, que información, porque hay que trabajársela y eso cuesta. Por eso, en las tertulias y los periódicos –que me perdone Xaime Leiro– hay cada vez más cosas que nos interesan menos.

Y las malditas encuestas dicen que a la gente del común cada vez le interesa menos la política. ¡Cómo coño le va a interesar! Irrita y hasta aburre. Habría que reñir a sus protagonistas como hacía mi madre conmigo: a zapatillazos.