BUENOS DÍAS Y BUENA SUERTE

Lo que pasa en los USA (y nosotros)

José Miguel Giráldez

José Miguel Giráldez

EL ASUNTO de las elecciones estadounidenses está pivotando con enorme fuerza sobre toda la política internacional. Es obvio que nadie contempla esas elecciones, ni esa campaña, como un asunto meramente interno de los Estados Unidos, aunque ‘stricto sensu’ lo sea, porque todo lo que late allí se proyecta de inmediato en todo el planeta y tiene sus consecuencias.  

La nueva geopolítica parece atribuir un papel menos trascendente a la Casa Blanca, ante la competencia estratégica y la considerable influencia china, por ejemplo, pero la realidad no se corresponde, me parece, con esa apreciación. Incluso Trump, que parece desentenderse a menudo de esa idea de globalidad, y de lo que se suele llamar el papel de ‘policía universal’ de los USA, sabe que su reelección, tanto si se produce como si no, se leerá como un asunto internacional. Y hay muchas preocupaciones al respecto.

Europa es ahora mismo la que observa el mundo entre la consternación y las dudas crecientes. Lo cual no es nada bueno. Europa es un continente en perpetua trasformación, una entidad dinámica aun joven, que se reescribe sin cesar, formada, sin embargo, por potentes estados con una larga y profunda historia. En Europa se da el escenario de la evolución continua, de la búsqueda de la modernización y el progreso, junto a todos los resabios históricos y culturales de las naciones que la forman. Es una situación que añade gran complejidad al desarrollo de Europa, pero ¿quién dijo que la complejidad era mala? En realidad, es uno de los pilares de las democracias. 

La guerra en Ucrania, sobre todo, ha añadido incertidumbre al progreso. ¿Puede hacerse algo con una herida profunda en el costado? La filosofía de la Unión se resiente con lo que se ve desde Bruselas, no sólo como algo violento y triste, sino como el resultado de un anacronismo, algo de un tiempo ya pasado. Pensar en un escenario de gran inestabilidad, que parece anunciar Putin con crudeza, agitando la espada de Damocles de una guerra nuclear, no es algo que entrase en los cálculos europeos, porque resulta una amenaza demasiado grande como para ser aceptada o incluso comprendida. Europa es consciente de este contexto, de esa advertencia poco diplomática, al tiempo que no le parece algo que pueda ocurrir en pleno siglo XXI. 

Es una situación muy incómoda, que subraya la necesidad de que Europa desempeñe un papel mucho más activo en la construcción del orden mundial. Y, sobre todo, en esta parte del mundo. Todo apunta a un instante decisivo que acompaña la progresiva ampliación de la Unión: ahí intervienen otros asuntos complejos, como la propia ampliación de la OTAN, como ha sucedido con Suecia, pero también la capacidad defensiva europea, que es ahora mismo uno de los grandes temas sobre la mesa. ¿Ha de protegerse Europa por sí misma, lo que implica proteger sus democracias y sus progresos, ante el mundo que se avecina? Muchos dicen que sí, porque es evidente que nada es lo que era.  

No puede obviarse que hay un peligroso aumento del autoritarismo en el mundo, una lucha que enfrenta al menos dos maneras opuestas de interpretar el ‘status quo’. Mientras crecen la tecnología y la ciencia, lo que podría llevar al ser humano a un salto cualitativo importante, el miedo a un retroceso producido por las tensiones en marcha y sus potenciales efectos tampoco deja de crecer. Las elecciones en Estados Unidos no están añadiendo claridad, más bien todo lo contrario. Nos ofrecen un escenario confuso.

Ignoro lo que Biden habrá dicho en su discurso, ayer, sobre el estado de la Unión, donde al parecer se jugaba bastantes cosas. El papel de Biden en el tablero global ha sido cuestionado en los últimos tiempos, pero el problema real tiene que ver con la edad con la que se enfrenta a las urnas, con la pujanza de Trump entre los republicanos, aunque, en verdad, ambos candidatos dan una clara imagen de la necesidad de un cambio de ciclo. Todo, pues, contribuye a la incertidumbre. Las grandes certezas no parecen ya cosa de esta época. Es lo que tiene vivir tiempos interesantes, esa supuesta maldición.