Opinión | { tribuna }

El sueño de la civilización

Poco después de arrivar a París tras sufrir destierro en Fuerteventura, Miguel de Unamuno recibió una carta del traductor al inglés de sus obras. Crawford Flitch le escribía desde Antibes, en plena Costa Azul. Fragmentos de aquellas líneas fueron reproducidos por el pensador bilbaíno en un artículo posterior. Comprensible atención para Flitch, quien había tenido el gesto de acompañarle durante cuarenta días de sus cuatro meses de confinamiento en la isla canaria.

En su misiva, el traductor se mostraba sobrecogido por el confort de la Costa Azul: “una vida tan sin dureza, sin austeridad. Sí. Estoy un poco amedrentado de ello -le comentaba-. Tengo miedo a dormirme aquí. Hay una especie de sensualidad que incuba sobre todo ello. Aquí el animal en el hombre zapa al espíritu”. Y dirigiéndose al filósofo vasco le reprocha: “Usted no hace falta aquí, no hay nada que hacer para usted; el mundo está muy bien como está”.

Portada de una obra traducida por Flitch (izda) y el hispanista británico J. E. Crawford Flitch (dcha)

Portada de una obra traducida por Flitch (izda) y el hispanista británico J. E. Crawford Flitch (dcha) / Cedida

Si Crawford Flitch no hubiese muerto en 1946, mismo año en que Pablo Ruiz Picasso instaló su estudio en Antibes, habría comprobado que el espíritu del genio malagueño no sucumbió al aletargamiento propiciado por aquel litoral francés.

De algún modo, Unamuno compartía sin embargo aquella reflexión de su intérprete anglosajón, comparándola con sus sentimientos cuando cruzó Normandía camino de la ciudad del Sena: “Invadíame también un sueño dulce y brumoso, el sueño de la civilización”. El intelectual español por excelencia percibía el fuerte contraste entre aquella tierra opulenta y la esquelética Fuerteventura.

Don Miguel pasaba de largo en su artículo sobre otra afirmación más radical de Crawford Flitch, para quien la civilización les llevaría a “una muerte inheroica”, juzgando “extraordinario cuán poco nos ha sacudido hacia arriba la guerra (primera mundial); que ha acrecentado nuestra sed de placeres … y eso es todo”.

Sobrepasada la pandemia, cierto grado de epicureísmo se ha apoderado también de la civilización europea, influida por el deseo de olvidar tan funesta experiencia. Muestra de ello es el turismo a todo trapo que continúa llegando a España, mientras dos conflictos bélicos simultáneos se baten a las puertas del continente. Aunque el Estado de bienestar resulte tan difícil de lograr como fácil de destruir, la referencia de Flitch a la muerte heroica evoca de forma inquietante al “vivere pericolosamente” de Gabriele D’Annunzio y creo que carece actualmente de general aceptación.

El filósofo vasco sí sumó su opinión a la de su leal traductor, al admitir que en Fuerteventura estuvo más despierto que nunca, pese a la marcha sosegada de los camellos. El catedrático de Salamanca, carente entonces de empleo y sueldo, se preguntaba si sería capaz de dormir en París al arrullo de los autos. Como sabemos, solo permaneció el primer año de su exilio en la capital francesa trasladándose luego a Hendaya, hasta que volvió a España en 1930. Los automóviles no debieron facilitarle el sueño de Morfeo, pero tampoco el de la civilización.