Opinión | BUENOS DÍAS Y BUENA SUERTE

Los Oscar: ¿noticia bomba?

VI ‘Oppenheimer’ hace tanto tiempo que ya en mí es un turbión de fuego y miradas extrañas. Los juegos hipnóticos de Nolan, los átomos crepitantes, la luz que se enrosca en fotogramas de pálida noche, mientras la materia se desmiga y se penetra sin miramientos, secuestrando el pensamiento de los dioses. Robar el fuego, eso hizo Oppenheimer, desde los campus elegantes a las pruebas en Los Álamos, lugar distópico. Me gustó mucho la película en su momento, así que la noche del domingo al lunes, con Kimmel ya casi como de la familia, me alegré de la gran victoria, aunque, en verdad, no fuera una noticia bomba. La victoria aplastante de la cinta se daba por hecha. 

Bien es verdad que hubo sitio para todo. Salvo la derrota habitual de Martin Scorsese, sacrificado en la marejada de los aplausos de rigor, desde su mirada sabia, serena, quizás compasiva, con los que le niegan el éxito ¡a estas alturas de la película! Y salvo nuestra propia derrota, algo que estaba más o menos amortizado. Los comentaristas de Movistar lo contaron como quien pierde la terminación de la lotería de Navidad: había tres números y ninguno salió. Pero la suerte era estar en el bombo. Jota, o sea, Bayona, es un hombre doméstico en el trato, que encandila a los grandes de la industria, también a las plataformas, y que conoce el arte secreto de los grandes proyectos, como un Cameron, un Jackson, o un Spielberg, que pasaba por allí para subrayar todo lo que une (y separa) ‘La lista Schindler’ y ‘La zona de interés’. 

Sabedor de que ‘La zona de interés’ tenía el glamur de la extrañeza, el encanto no tan contemporáneo del riesgo estético, Jota tuvo que conformarse con el subidón de fama y popularidad que recibió ‘La sociedad de la nieve’. A veces surgen directores entre nosotros que comprenden la alquimia de las películas ciclópeas, que mueven como un tren eléctrico poderosas unidades de rodaje y un buen puñado de dólares, y Bayona es sin duda uno de ellos: globalizado ya, quizás, puede que, para algunos, atrapado en exceso por las películas de catástrofes y efectos especiales. Pero, como dijo Cecil B. de Mille, si es que lo dijo, una película ha de empezar con un terremoto, y de ahí, siempre hacia arriba. Bayona se lo ha tomado al pie de la letra. 

Salvo la explosiva victoria de ‘Oppenheimer, la noche vino envuelta en renovación estética y cierto aire global e incluso europeo (asiático también, aunque no tanto como en otras ediciones). Los Oscar se gustan de pronto en el riesgo de algunos cineastas rompedores. Yorgos Lanthimos tiene nombre de fichaje de invierno para la Europa League, pero alberga algo especial. Y hasta Wes Anderson, ocho nominaciones y un Gran Hotel Budapest después, recibió el primer galardón por un cortometraje. Qué cosas. No estaba el hombre presente en el edificio, lo cual puede que hasta le haya aliviado. 

Tampoco extrañó la cosecha de ‘Pobres criaturas’, y esa Emma Stone, que, vestido roto aparte (quizás fue el mensaje oculto de la suerte, algo que agradecerá a Gosling y la interpretación de ‘I’m just Ken’, supongo), parece muy en racha. Segunda estatuilla y siguiendo para bingo. Ganó, en detrimento de Gladstone (compartían medio apellido, eso sí), la primera indígena estadounidense nominada para un premio de esta naturaleza. Los Oscar, últimamente más diversos, no optaron esta vez por la opción de Lily. Era, sí, la peli de Scorsese… ‘Barbie’, rompetaquillas y rompecorazones, no hizo lo mismo con los académicos. No funcionó, ay, el “todo al rosa”.

No hubo, me parece, ningún acto ‘en exceso’ revolucionario (no creo que lo fuera el hecho de sacar un desnudo para premiar el mejor vestuario: mejores ironías hemos visto). Trump y Kimmel se enfrentaron en el aire de la noche (verbalmente y a distancia, claro), hubo palabras y gestos contra las guerras en marcha, aunque quizás menos de lo que cabría esperar del mundo del arte, y sí, allí quedó flotando esa frase tan verdadera que pronunció Cillian Murphy, premiado por interpretar al físico norteamericano: “Estamos viviendo en el mundo creado por Oppenheimer”. Sabía de lo que hablaba.