Opinión | OPINIÓN

Cerezos en flor y arte a punta pala

No son rumores. La primavera ya está aquí. Nos lo recuerda, como cada año, la cadena de almacenes más genuina de España. Tres curtidas super modelos aterrizan en la explanada y toman el primer plano. Y nada: pisan fuerte, caminan, andan y todo ahí se acaba. Me refiero a la supuesta impactante novedad que de su llegada se esperaba. Nada, todo acaba en un slogan. La primavera está recién estrenada: queda inaugurada. Y, con ella, la nueva campaña que se presenta complicada si la economía no cambia y si, para más inri, el chip de reutilizar tejidos y de no comprar de forma compulsiva por fin cala.  

Todo a las puertas de una semana grande. Bueno, ‘grande’ o llámese mejor ‘santa’ que así fue bautizada. ¿A dónde nos iremos esta temporada? Nada, aquí no hay nada. Hay que irse a otra parte. La cuestión es cambiar de aire. Propuestas no faltan, aunque no nos sirva ninguna de las más cercanas. Yo barajo este año por una peculiar y bien lejana. Irme a visitar la isla del sol naciente, para ver de primera mano -mejor que alguien me lo cuente- cómo florecen los cerezos en cada rama, sembrando un aroma que embriaga. A este fenómeno natural y estacional “Sakura” lo llaman. Quisiera ver el espectacular panorama que dicen que cada año se nos presenta más temprano. “Hanami” le dicen, por si quieren ponerse al día de una actividad tan sana. ¿No les llama?

En otro orden de cosas que nos pilla más de cerca y es igual de importante: Semana Santa es tiempo de conocer y cuidar el alma. Fíjense en cuántos actos religiosos y en los oficios y procesiones que se programan. No hay ciudad, pueblo ni villa que no los tenga a su manera anunciados. La tradición manda, pero por sí sola no se sostiene, cae. Se necesitan personas con ganas de reactivarla y mantenerla y no solo público, turistas y visitantes que la aplaudan y, tal como han ido o venido, se deleitan y, sin más, como suele pasar, se largan.

Miro a Japón y a ese paisaje blanco y rosa que de la naturaleza emana. Pero miro más a Roma y, con luces largas, en esta ocasión me salgo un poco del confortante eurocentrismo y voy más allá del mapa. Con la mirada pongo el foco en una tierra ahora muy recordada: Jerusalén, la ciudad sagrada. No es buen momento para visitarla, pero ahí está la comunidad franciscana, que resiste jornada a jornada. Es un verdadero milagro diario: su lema “Paz y Bien” les asiste y salvaguarda.  

Es curiosa la jugada que tendremos en las próximas semanas. Unas piezas que han sido donadas por las reales casas a esa familia franciscana de tierra tan lejana, vienen a Compostela a visitarnos formando parte de una exposición imponente, impresionante, impactante. Pregunto ante tal evento: ¿cuándo ha sido la última vez que han ido al convento de Santiago, el franciscano, el primero fundado por tan ilustre peregrino allá en el medievo, hace 800 años? 

Menos es el tiempo que lleva delante el gran monumento que le da paso: el esculpido en granito por otro Francisco del que este año conmemoramos su 135 aniversario: Francisco Asorey (1889-1961), el escultor de Cambados. Otro motivo para acercarse a Santiago y, después de verlo y fotografiarlo, entren en la iglesia y pregunten por el “relicario”. No está anunciado, pero haberlo haylo. Sin necesidad de irse lejos ni a esperar tan magna exposición con tesoros que guarda la comunidad franciscana de Tierra Santa, observarán, a media luz y en lugar no muy adecuado, hasta la “Cuna de Nuestro Señor”, es decir, ¡una pequeña muestra de tan egregia cama!

¡Na, na! ¡Na, na, na, na! … De rumores, nada. No hagan caso a la Carrà, la explosiva rubia italiana.