Opinión | BUENOS DÍAS Y BUENA SUERTE

Resurrección

DEDIQUÉ la mañana de Viernes Santo, empaquetada en un cielo de jirones de trapo, a visitar las ruinas de un monasterio leonés entre dos ríos, al que no volvía desde hacía cuarenta y cinco años. Me sentí, salvando todas las diferencias, claro está, como William Wordsworth cuando visitó, con su inseparable hermana Dorothy, la abadía de Tintern, junto al río Wye, en julio de 1798. Esa visita, que era la segunda del poeta al lugar en ruinas, habitado siempre por el extraño encanto de la desolación, es la que Wordsworth evoca con gran emoción en su famosísimo poema, ‘Líneas escritas a pocas millas sobre la abadía de Tintern’, que sin duda alguna les recomiendo.

Así que cuarenta y cinco años después volví a este lugar mágico (aún recuerdo el viaje con amigos en aquellos días de juventud, las lonas negras que cubrían parte del conjunto, aunque a lo mejor todo es un trampantojo causado por el paso del tiempo). Circulé por algunas carreteras secundarias, no lejos del yacimiento de Lancia, un enclave donde se encripta el pasado romano en el norte de la península, y pronto avisté los muros imponentes de este monasterio cisterciense del siglo XII, transformado una y mil veces, saqueado y también reconstruido tantas otras. Aún, en algunas partes, ofreciendo al visitante atmosferas perfectas, esferas de la memoria, latidos medievales, con los capiteles geométricos, y, según las partes del edificio, vestigios de casi todos los estilos de los siglos pasados.

Lucía, la guía maravillosa, nos llevó por el entorno restaurado. La iglesia, gigantesca, con el coro también reconstruido, que ahora descansa sobre el suelo de la nave, no elevado como estuvo en tiempos. Allí se han practicado mejoras en un conjunto que fue objeto de rapiñas y destrozos innumerables.

El encanto romántico de la ruina me hizo pensar en otra forma de resurrección: la que nos procura la memoria, aunque sea equívoca, ese brillo de tiempos juveniles, cuando todo tenía vigor y energía. Pensé en la ebullición monástica de los primeros siglos, que aún se adivina entre estos muros antaño torturados. La panera, los claustros, uno aún bien visible, restaurado también, el otro derruido, las columnas arraigadas en un suelo húmedo en el que aún brota el agua en esta zona de ríos, que fueron ríos de mi niñez, apenas durante unos pocos años, y vi los pájaros atravesando olímpicamente las arcadas, quizás las mismas aves de entonces, o sus fantasmas, y los perros de piedra, fieles hasta el fin del mundo, esculpidos a los pies de las tumbas de los nobles y caballeros fundadores, y las marcas de los canteros, muchas cabezas de aves, precisamente, pero también hojas, letras historiadas, grabadas en las columnas, la firma de los viejos maestros que ha atravesado el tiempo hasta llegar, con gran nitidez, hasta nosotros.

La hierba se mecía dulcemente en el territorio de los claustros: ocres y verdes danzaban en el aire, mientras rompía la primavera, aún atemorizada por ráfagas heladas que llegaban desde las cumbres y galopaban sobre la llanura. Pronto aquí habrá tardes soleadas y anidarán los pájaros, y entonces brotará la vida en Sandoval, ahora adormecida como los cuerpos de Pedro Ponce y Estefanía Ramírez, y la gran resurrección de la memoria nos recordará lo que un día fuimos, nos traerá noticia de los días de oro y del amor primero, y de la dulzura de los días sin ocupación, salvo el ejercicio de la risa, todos aquellos trabajos de amor, aquellas canciones de inocencia que construyeron la experiencia: niños jugando entre ruinas monásticas, los fantasmas de los antepasados, el entrechocar de espadas, apenas un eco en el silencio formidable de ábsides nervudos y relicarios de santos solitarios.

Y sí, aquí ha tocado su música Carlos Núñez en cinco ocasiones hasta ahora. Entre estos muros con memoria y también con olvido, el olvido que seremos a buen seguro. Aquí el trovador ha resucitado el tiempo, la vieja melodía, como resucito yo ahora, reuniendo aquí, en la etapa 18 del Camino, este lugar con Compostela, y con las aves medievales en su parlamento eterno.