Opinión | BUENOS DÍAS Y BUENA SUERTE

El mundo de hoy

ME MOLESTARÍA que en las próximas memorias de cualquier europeo hubiera que escribir que, en menos de un siglo, hemos transitado desde la cultura y la civilización hasta la militarización y la construcción de murallas cada vez más altas, quizás no pobladas de almenas o espinas, aunque también, sino esas otras murallas modernas que se edifican entre papeles. 

Me molestaría: porque sería un fracaso, una decepción. Y no de Europa, sino de la especie humana. Ya sé que todo va muy bien y que vivimos en el mejor de los tiempos posibles, como dicen algunos gurús, por si no nos habíamos dado cuenta. Ya sé que está mal visto ponerse algo pesimista, y más desde el primer mundo, y que lo chulo es el optimismo, antropológico o mediopensionista, pero ya me dirán ustedes, con esas cosas que nos traen los informativos. La ilusionante Europa de la cultura y la pluralidad, el edificio pensado para la libertad y la diversidad, para los nuevos tiempos, tiene que afanarse de inmediato en construir su propia defensa, delegada en parte en una macroestructura como la OTAN, y en la fuerza militar norteamericana. 

Los tiempos se han puesto duros y difíciles, algo que suele suceder (así ha sido en todos los momentos históricos), cuando alguien decide que los territorios no son tan estables ni las fronteras tan fijas como aparentan. Esto no es nada nuevo, pero siempre nos parece que no es cosa del mundo de hoy, o que no debería serlo, ahora que lo virtual, incluso, parece más importante que lo meramente físico. No creo que la especie humana llegue a establecer una sociedad en la que las fronteras sean irrelevantes, porque exista una gran igualdad entre todos los países y ya no sea necesario, digamos, partirse la cara por entrar en otro lugar. Soy un iluso, lo sé bien. Seguimos teniendo gran pasión por cada metro de tierra: cuánta sangre se ha ido en ello, sí. 

El mundo de hoy parece retroceder al mismo tiempo que avanza en lo tecnológico y en lo científico. Todo lo aprendido, toda la educación entregada a nuestros hijos y nietos, toda la lucha por convertirnos en un ejemplo de igualdad y pasión por la cultura y el conocimiento, entre torres góticas y románicas, entre grandes diseños contemporáneos, todo eso puede irse por el vertedero, o al menos quedar en segundo plano, si alguien decide que hay razones mayores y más serias, como los peligros crecientes, para abandonar el proyecto que nos traíamos entre manos, o para ponerlo al menos en espera, en ‘stand by’, mientras amainan los vientos y tempestades.

No hay evolución humana que evite totalmente el regreso a cualquier forma de barbarie. Quizás sea consustancial a nuestra especie, quizás no hemos perdido todo lo irracional y violento que un día tuvimos, cuando pensábamos que todo eso quedaría pronto enterrado bajo el progreso. Pero, al tiempo que sientes tristeza por este rápido descenso a los infiernos al que, por lo visto, estamos abocados, entiendes que Europa necesite proteger lo que tiene, si se siente amenazada, como así parece. Y que no sólo se trata de defender el más preciado bien, que es la democracia, sino el mundo de hoy, construido durante décadas de avances, haciendo crecer el árbol frondoso de la cultura. 

Me entristece que haya regresado el lenguaje de la guerra a nuestra vida cotidiana. Que en algunos países los jóvenes tengan que someterse a la instrucción militar (no por deseo propio, me refiero), a la vista de las circunstancias. No era esta la idea del futuro para un tiempo de progreso y de una población en su mayoría educada en libertad y en el respeto por los otros. Algo falla cuando regresan tantos ecos del peor mundo de ayer. Quizás falle la memoria, o quizás la educación no ha logrado lo que se proponía. ¿Cómo puede regresar de pronto todo ese aire de barbarie, cómo pueden abrazarse los discursos de odio, o los estúpidos maniqueísmos primarios, o cómo se puede justificar sin más la destrucción del otro? ¿Hemos formado a nuestros jóvenes todo este tiempo para hacerlos caer en las viejas tinieblas?