Opinión | OPINIÓN

In memoriam D. Jaime López Ramón

Hablaba mucho de su próxima muerte, sin miedo, con la entereza de quien ha tenido una vida plena. No sé si en todo lo que dejó dispuesto para cuando llegara ese momento estaba incluido que se le dedicaran unas palabras públicas de reconocimiento, un “in memoriam”. Espero que no le disguste que lo haga. Creo que no solo es de rigor sino de merecido y agradecido recuerdo. 

Es difícil calificar en una palabra sus largos años de vida y, sobre todo, su rica personalidad, su modo de enfrentarse a un tiempo terrenal que bien sabía que tenía un término y que, pese a ello, no se arredraba para continuar haciendo planes de futuro, abriendo puertas y dejando siempre cosas pendientes. Porque para D. Jaime cada día era un regalo, una nueva página en blanco con la que sabía cómo entusiasmarse. 

Tenía gustos y ‘pasiones’. Dos me unieron a él: su amor por la música y por el inmenso cariño hacia su círculo familiar más cercano.

Tengo a mi lalo la variada lista de CD’s que, con total sorpresa por mi parte, decidió regalarme hace pocos meses. Abarca de todo: desde gregoriano hasta boleros, pasando por los clásicos (mucho Bach, abundante Mozart y bastante Beethoven). Decía que ya no los necesitaba porque, a sus 98 años bien se apañaba con la Tablet. Ahí es nada. 

Entre esos discos, hay mucha música para órgano, el instrumento que le fascinaba. Tanto, tanto, que en cuanto pudo hacerse cargo del de S. Miguel dos Agros, no cejó hasta verlo y escucharlo restaurado. Y, no contento con eso, como gran organizador que era, proyectó y promovió durante años unos cursos entorno a él y a todo lo que tuviese que ver con su música (cuestiones de física, técnica, historia, repertorio, arte). Pocas horas antes de irse me preguntaba -entre otras muchas cuestiones referidas a la vigilia del Sábado Santo- si en esa parroquia había sonado el órgano o, mejor diría yo, ‘su’ órgano. 

En el último concierto al que asistió a mediados del mes de febrero, intentamos que sonara por todo lo alto. Y lo hizo al comienzo del homenaje que se le tributó a su hermana Mercedes, profesora de música y compañera de vida. Disfrutó en un sencillo acto en el que se unieron esas dos pasiones que antes citaba. En su emotiva intervención nos habló de pentagramas, de notas, de silencios, recordando a sus padres y a sus hermanos ya difuntos. La melodía que fue trazando imaginariamente en un papel pautado concluyó abruptamente … No supe entonces si se trataba de un calderón sobre una nota tenida o de un prolongado silencio. Ahora pienso que quiso dejarnos una coda no escrita en aquel momento pero que ya barruntaba, incoada para ser interpretada en este momento de su ausencia. Ya no será él quien trace el final de esa partitura, al menos aquí en la tierra. Pero no dudo que, presto vivace, con soltura, con el entusiasmo y el carácter emprendedor que le caracterizaba estará ya terminando una gran tocata. 

Ante una persona tan vital, me pregunto si será posible que ‘descanse en paz’ en las alturas. Amante del sano y oportuno bullicio, del jolgorio, de la celebración constante por lo extraordinario de lo ordinario, los ángeles que ahora le rodean -a los que se unirán los muchos que hay en la iglesia de la que fue su última parroquia, con S. Miguel Arcángel a la cabeza- tañerán cánticos de alegría y gozo ininterrumpidamente … D. Jaime ya vive para siempre para disfrutarlos.