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Galicia y el 12-M catalán

DESDE QUE MANDA LA NUEVA POLÍTICA, la instaurada en la España oficial hace una década y todavía en vigor, las elecciones autonómicas se han convertido en exámenes nacionales, aplicando a nacional la acepción que del término hace la Constitución. En lo que va de año, primero fueron las gallegas (18-F), en las que Feijóo y Sánchez parecían los destinatarios del voto y en que nunca tanto la Galicia política protagonizó las portadas y columnas de opinión de los media ultrapuertos. Después las vascas (21-A), cuyo desenlace –formación de gobierno– está por ver, así como las consecuencias del subidón de EH-Bildu por la Carrera de San Jerónimo. Y el domingo (12-M) tenemos las catalanas, en las que también España se juega su futuro.

Para afrontar el diabólico escenario que se avecina, Sánchez tomó de manera preventiva algunas medidas, sin contar con las consecuencias para los afectados, más allá de su persona y partido. Nada más conocer la huida hacia adelante del catalán Aragonés de convocar comicios, con la fallida intención de descolocar a su rival Puidemont, el presidente del Gobierno bloqueó la renovación de los presupuestos del Estado, sin atender más razones que las conveniencias particulares. Ni sus socios de gabinete, Sumar, las compartieron.

La segunda medida preventiva llegó en vísperas del inicio de campaña catalana. Con su seudoamenaza –falsa amenaza– de irse, esgrimiendo motivos amorosos, el mensaje iba dirigido a lo suyos. O sea, cuidado con lo que hacéis después del domingo. Sigo, pero si no me seguís apoyando, pase lo que pase, me puedo marchar. Si los pronósticos demoscópicos se cumplen, la situación se tornará endiablada. No se ve a Puigdemont dando apoyo determinante a un gobierno socialista en España y a otro en Cataluña al mismo tiempo, ambos en minoría. Puesto que el inquilino de la Moncloa es segunda fuerza parlamentaria puede exigir idéntico trato en Cataluña, y que el huido vuelva triunfante cual Tarradellas a pernoctar en el Palau. Con la nueva política es de lo más lógico.  

No cabe duda de que a Sánchez le conviene, salvo que el PSC arrase y ello le anime a volver a convocar generales, que el independentismo siga gobernando en Cataluña. Y también a Sumar, aunque ya no tanto una repetición electoral en España. Yolanda Díaz tiene asegurada su plaza actual para el próximo trienio, pero arriesgaría mucho sometiéndose al escrutinio popular después de tres debacles seguidas.

Entre los de aquí, a Besteiro, los resultados de Illa ni fu ni fa. Hasta le vendría bien que no fueran como se presume. Tras la relativa mejoría en los resultados vascos –relativa porque en las generales fueron primera fuerza y ahora son tercera– que les permite gobernar, un resultado espectacular del PSC dejaría al PSdeG en evidencia. Claro que buena parte de la culpa la tuvo Sánchez dirigiendo el voto hacia el BNG.

Para Pontón tienen algo más de relevancia. Centrado el BNG en las europeas, un mal resultado de ERC no le beneficia, aunque lo más perjudicial sería el varapalo a la gestión de su socio, que puede bajarle a la tercera plaza. El mito de que los nacionalistas gestionan bien o mejor ya se resintió con el PNV en el País Vasco y puede derrumbarse el domingo en Cataluña. 

Rueda y el PPdeG tampoco se juegan mucho. El presidente gallego fue a Cataluña para lanzar en mensaje en clave gallega, de moderación. Propuso acercarse al catalanismo, al nacionalismo moderado de la antigua CiU, posición aparentemente contraria al objetivo del PP catalán de competir con Vox.

¿Y Galicia? Pues lo que importa también nos lo jugamos. Más que los citados partidos y sus correspondientes líderes. La asignación de recursos para sanidad, educación, servicios sociales o infraestructuras dependerán en buena medida de las exigencias chantajistas al Gobierno de España, a las que Sánchez acostumbra a ceder. Que nos sea leve.