Opinión | Tribuna

Ser y hacer música y poesía

Dejemos que en estos sonados y sonoros días de mayo hablen, suenen y resuenen las voces, los sonidos y los ecos de personajes de nuestra reciente historia -viva aún- que haciendo uso del binomio música/palabra, hunden sus raíces en la movida de los ‘70. De un lado, un músico poeta. De otro, una poetisa música.

Pienso en Emilio Cao, uno de los músicos que ha vivido y, en cierto modo, ha estado sumergido en el comienzo de todo aquello, aunque luego ha llevado su carrera por otros derroteros. Artista, más que mero compositor de música gallega, recibe el Premio honorífico Martín Códax de la Música en este 2024. Con este galardón, dicen las bases, se quiere premiar: “a un/unha música/o galega/o ou persoa vencellada directamente á música do país, que pola súa traxectoria e dedicación á música, constitúa un referente para as novas xeracións de músicas e músicos”. Emilio cumple con creces estos requisitos. Compostelano que se autodefine como “ciudadano del mundo y una persona abierta a las maneras de expresión artística de cualquier sitio”, lleva su música y su arpa por escenarios variopintos, siendo pionero en introducir este instrumento en la música de su tiempo. Sueña ‘con’ y ‘en’ sus melodías y, como suele reiterar respecto a lo que piensa sobre lo que otros o él mismo compone, a través de ellas se emociona, dejando que fluyan esos mismos íntimos sentimientos entre su público. 

Difícil no recordar también ahora a Luisa Villalta, maestra en el oficio de unir música y palabra, sonido y poema. A ese aspecto, consustancial a ella por formación y convicción, el Consello da Cultura Galega le dedica un concierto en el Día das Letras Galegas, evocando esa faceta musical. No oímos su voz en alto en los años de puesta en escena de la canción protesta gallega, aunque entonces fue tejiendo su posterior dedicación a una polifacética tarea en la que, sin atropellos, delicadamente, pero con valentía y sin eludir la crítica, se ponía al lado de los más desfavorecidos, manifestando su disconformidad con injusticias de un mundo lleno de contradicciones. A través de su cuidado y rico poso literario y musical, con imágenes o con notas de su violín, reflejó su entorno, con su cara dura, pero de forma amable. En ‘Estudo das sombras’ escribía: “A través deste bosque una/máquina imita un vento/inhumano, / descargas eléctricas que non me/ emocionan. /Busco a voz natural, o eco dun/canto e a rosa do centro. /O vento pentea este bosque/parado en farolas e postes. / A luz artificial non nos deixa/ pensar que soñamos”. Emociones y sueños de nuevo en versos donde deja abierta la puerta de su alma. 

No son estas dos maneras de manifestar disconformidad o queja semejantes a las de la canción protesta. Menos aún, pienso, al espectáculo en el que nos vemos inmersos sin quererlo: bochornoso panorama en el que el malestar interno, aunque real sea, se exhibe -incluso de forma agresiva- ante una sociedad que no pocos problemas de por sí tiene.

En palabras de quien le dedicó años de estudios, Sheila Fernández, el concepto de ‘canción protesta’ de los ‘70 del siglo pasado, se concretaría de este modo: “é unha manifestación musical con implicacións directas no movemento socio-cultural, do que é herdeira, ao que serve de vehículo, nun marco de colectividade identitaria. Una simbiose música-sociedade, onde a palabra supera os seus fins narrativos para transformarse en mensaxe compartida. Unha acción de colectividade que se materializa en espazos identitarios de representación social, como elemento contracultural e entregado ao acto de protesta reivindicativa. Un modelo sonoro da realidade conxuntural, no que os valores éticos se impoñen, en moitas ocasións, sobre consideracións estéticas”.

Reivindicación y lucha con armas que no matan, sí. Pero siempre que con ello no se pierdan las formas: en armonía, con belleza y destreza.