{ tribuna libre }

Dios viene como salvador

José Fernández Lago

José Fernández Lago

Más a menudo de lo que pensamos, miramos hacia arriba, para pedirle al Señor que venga en nuestra ayuda y fortalezca nuestra debilidad. Es algo propio de los creyentes, e incluso de otros que se analizan a sí mismos y ven su flaqueza y su necesidad constante. A lo largo de la historia, los profetas y otros guías del pueblo creyente de Israel han dejado bien claro que el olvido de Dios por parte del pueblo les había hecho caer en el exilio; pero que Dios estaba dispuesto a sacarlos de aquella situación, si mejoraban sus caminos y se dejaban liberar por Él.

El comienzo del Libro de la Consolación, del Profeta Isaías, es una llamada del propio Dios a consolar a su pueblo, pues ya había pagado más de lo que sus pecados requerían. Ciro el Persa, al dejarlos libres, es como la voz que clama en el desierto, pidiendo que se preparen los caminos al Señor, que llega victorioso, repatriando a los israelitas desde Babilonia. Ante el Señor, que llega victorioso, verán todas las gentes la salvación de Dios en favor de su pueblo.

San Pedro dice en su 2ª Carta que el Señor cumplirá su promesa de salvación. Cierto que, como es muy paciente, espera que los hombres se conviertan, pues Él quiere que todos se salven. Ya que el Día del Señor llegará inesperadamente, como un ladrón, nuestra vida ha de ser santa y piadosa, pues esperamos unos “cielos nuevos” y una “tierra nueva”, en los que habite la justicia. ¡Que el Señor, cuando llegue, nos encuentre en paz, inmaculados e irreprochables!

El comienzo del Evangelio según San Marcos ve en la predicación de Juan Bautista el cumplimiento del anuncio de Isaías, del mensajero que iba a ir delante del Señor. Ciro el Persa había dejado libres a los judíos, que recorrieron el desierto para volver a su tierra. Ahora Juan el Bautista, cual otro Ciro, manda preparar en el desierto los caminos del Señor, de quien el Bautista no se considera digno de ser su discípulo. Él dispone a sus oyentes bautizándoles con agua, en espera de que el Señor, que viene tras él, bautice con Espíritu Santo.