{ tribuna libre }

La muerte ha sido vencida

José Fernández Lago

José Fernández Lago

EL HOMBRE DE HOY vive preocupado por la muerte. Para hacerle frente, trata de tomar todas las medidas a su alcance para evitar problemas, intenta hacer los análisis pertinentes desde el punto de vista sanitario, y procurar todas las ayudas posibles para que la vida se desarrolle del mejor modo imaginable. Sin embargo, a pesar de todo, quizás a causa de la búsqueda general de placer, en bastantes casos no satisfecha, hay mucha gente que vive triste y descontenta, y bastante otra que, sin esperanza, pone por su cuenta fin a sus días, suicidándose. Desde hoy, y a lo largo de cincuenta días, insistiremos, al celebrar la liturgia de la Iglesia, en la victoria de Jesucristo sobre la muerte.

La 1ª lectura de la Misa de hoy, del libro de los Hechos de los Apóstoles, se refiere a la obra de Jesús de Nazaret, ungido por el Espíritu Santo, que pasó por la vida haciendo el bien y transmitiendo la libertad a unos y otros, pues Dios Padre estaba con él. A pesar del gran bien que hizo, lo mataron, pero El Padre lo resucitó al tercer día, e hizo que se apareciera a los testigos, que comieron y bebieron con él después de resucitado. Tal como habían anunciado los profetas, los que crean en él recibirán por su nombre el perdón de los pecados; y él será juez de vivos y muertos.

San Pablo se dirige a los Colosenses, quienes por el bautismo habían muerto y resucitado con Cristo, y les exhorta a que, ya que han resucitado con Cristo, miren hacia los bienes celestiales, pues allí en la gloria está Cristo, resucitado y sentado a la derecha del Padre. Cuando Cristo se manifieste glorioso, al final de los tiempos, también ellos participarán de su gloria.

El Evangelio de San Juan presenta a María Magdalena yendo al sepulcro de Jesús a primera hora. Al ver la losa retirada y que no había nadie dentro, fue corriendo a donde estaba Simón Pedro y le hace partícipe de lo que ha visto. Pedro va con otro compañero al sepulcro y ven lo que hay: un sepulcro vacío, con las vendas y el sudario que habían pertenecido a un difunto. Después entró el otro discípulo: vio y creyó. Hasta entonces no habían reflexionado sobre la Escritura según la cual había de resucitar de entre los muertos.