{ tribuna libre }

Agradecidos a San Roque

José Fernández Lago

José Fernández Lago

AYER CELEBRÉ Misa, junto con dos compañeros del Cabildo Catedral, en la capilla de San Roque de la ciudad de Santiago. Al salir del templo, una vez concluida la celebración encomendada al Cabildo, hemos encontrado a algunos miembros de la Corporación Municipal, dispuestos a entrar en la capilla y asistir a Misa. Hace algo más de cinco siglos que la ciudad compostelana ha sufrido el ataque de una epidemia de peste. El remedio de esos males puede encontrarse en las medicinas, y a menudo en la ayuda del más allá. El caso es que a los compostelanos de la década del 1510 no se les ocurrió invocar a San Cucufate, por citar un personaje bastante singular, sino que quisieron hacer un trato con San Roque. Este Santo, nacido en Montpelier (Francia) en el siglo XIII, buscó a Cristo en su camino hacia Roma, y lo encontró en los aquejados por la peste, llegando a contraer él mismo esa enfermedad en Piacenza (norte de Italia). Cierto que el Señor le curó de aquel mal, hasta el punto de que pudo llegar a la Ciudad Santa e incluso volver a su tierra. Allí su tío, el gobernador del lugar, lo consideró un espía y lo encarceló, de modo que en aquella prisión entregó definitivamente su vida al Señor.

Todos tenemos bien claro que una ciudad del siglo XVI, en la que el Ayuntamiento y el Cabildo de la Catedral se ponen de acuerdo para hacer un voto a un Santo, en tiempos de peste, hasta el punto de construir una capilla en su honor, no llegan a hacerlo si no han visto que se produjeran milagros merced a su ayuda ante Dios.

La ciudad de Santiago se siente agradecida a la intercesión de San Roque. Tanto es así que, incluso en los tiempos en que el Ayuntamiento y el Cabildo se mostraban como dos fuerzas antagónicas, ambas siguieron honrando a San Roque, y ofrecieron la celebración eucarística al Santo, en acción de gracias por su benévola intercesión. Así, todavía hoy, teniendo en cuenta que “es de bien nacidos el ser agradecidos”, diversos miembros de ambas Corporaciones acuden a la capilla del Santo a celebrar los divinos misterios, e incluso a acompañarlo en procesión por las calles de la ciudad, alabándole como remedio para nuestros males, y rogando que, protegidos de todo mal, caminemos hacia Dios, que es la fuente de nuestra vida.