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Lampedusa como fracaso

José Miguel Giráldez

José Miguel Giráldez

MELONI se encontró con Von der Leyen en Lampedusa, siguiendo esa máxima de que los políticos deben visitar el núcleo más atroz de los conflictos, al menos una vez, al menos un rato. El encuentro, o encontronazo, entre las dirigentes puede ser simbólico, pero Lampedusa no es un símbolo, como nos gusta decir en este tiempo adicto a la abstracción y a las etiquetas, sino un lugar ferozmente real, tristemente real. Lampedusa viene recibiendo las grandes oleadas migratorias mediterráneas desde hace muchos años, pero la cosa se agrava con el paso del tiempo, como no podía ser de otra manera.

Europa sufre en varios frentes: el de la guerra que se desarrolla en Ucrania, enquistada de momento, y el del caos migratorio, que alcanza niveles preocupantes. Uno de los centros del mundo libre se ve sacudido por estos oleajes de la historia, y por otros, quizás de menor tono. Y aunque las columnas de las democracias son más sólidas de lo que algunos creen, no es menos cierto que en cosas así se juega Europa no sólo el progreso, sino altas cotas de dignidad. Europa es un lugar de deseo para quienes vienen del conflicto o de la pobreza, y ahora también de las catástrofes naturales. No hay muro ni océano capaz de detener el impulso de los olvidados de la tierra.

Como dijo ayer Jesús Núñez Villaverde en lo de Ferreras (hablamos del codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria), es muy cierto que Europa se juega el futuro en la crisis de Lampedusa, que es, en realidad, la punta de lanza de toda un crisis mediterránea y global. No es fácil estar de acuerdo con Meloni en la mayoría de sus análisis políticos, pero es bastante cierto que nuestro futuro se juega ahí. Atajar la evidencia con parches, o con la estrategia, dice Villaverde, de que “otros nos hagan el trabajo sucio a cambio de dinero”, ni siquiera conduce a soluciones momentáneas, tampoco a éxitos puntuales.

La crisis se agrava porque la vida de mucha gente no ha dejado de agravarse también, hasta extremos inconcebibles, en algunos lugares no tan lejanos. Nadie se juega la vida en un viaje peligrosísimo a través del mar si no tiene poderosas razones para hacerlo. Y esas razones son bien conocidas, no caben disimulos. Que la población inmigrante supere ahora en Lampedusa a los habitantes originales de la isla es un dato de impacto, sí, pero no tan diferente de otros que afectan sobre todo a los países del sur de Europa.

Hay algo erróneo, o errático, a la hora de manejar los asuntos migratorios, sobre todo si se piensa que la envejecida sociedad europea puede verse muy comprometida a corto plazo, incapaz, como ya empieza a suceder, de sostener el andamiaje del estado de bienestar. Convertir ciertos enclaves en una especie de limbo para migrantes, como ya sucedió en Lesbos, habla mal de las soluciones y estrategias del primer mundo ante la desesperación que llega del sur. Peor, mucho peor aún, si pensamos en acciones como las diseñadas por el gobierno de Sunak en el Reino Unido, calificadas dentro de su propio país como “moralmente inaceptables”. La deportación, o las llamadas por algunos “prisiones flotantes”, como el Bibby Stockholm, no pueden presentarse sin sonrojo como soluciones desde países democráticos.

Parece claro que Europa tendrá que articular medidas mucho más complejas e imaginativas para gestionar uno de los más graves asuntos de este tiempo. No sólo por los migrantes, sino, para qué engañarnos, por la propia Europa, por su reputación y por su propio futuro. La desigualdad norte/sur no es la única razón de lo que sucede, pero sí una de las razones más importantes. No puede solucionarse de un plumazo, pero detener la salida de barcazas, como señala Meloni, y como pretende el famoso pacto económico con Túnez, tampoco parece que vaya a impedir el flujo incesante de los que se juegan la vida casi con la facilidad de quien lanza una moneda al aire. Como dice Villaverde, “es necesario cambiar las cosas, porque no funcionan”. Más ahora, con la naturaleza agudizando la catástrofe en lugares como Libia.