{ opinión }

Paseniñamente

Pilar Alén

Pilar Alén

DICE UNA PERSONA en su annus horribilis, que mira a su alrededor y encuentra caras tristes, muy pocas alentadoras.

Hace el elenco. Conoce de cerca a una persona con síntomas de demencia. A otra, que no levanta cabeza de la depresión que tiene. Varias no están contentas con sus respectivas labores. Bastantes están cuidando a sus padres o mayores. Cierto es, señala, que ve aun adultos o gente entrada en años que andan por las calles, pero con bastón o acompañadas por sus hijos o familiares.

Prosigue su listado. Yo me evado con el pensamiento y pienso que te pienso.

Siempre hubo y habrá enfermos y/o personas con problemas. Una mayoría se queja. Otra minoría ni ganas ni fuerzas tiene para eso. Solo algunas poseen la entereza de llevar bien diferentes males.

Yo también tengo una amiga aquejada de una enfermedad que no tiene cura alguna. A la pregunta de rigor: “¿Qué tal estás hoy?”, siempre responde: “Perfectamente. Despertar cada mañana ya es un regalo inesperado, otra jornada para ser conquistada”. Vive al día, se acomoda a lo que tiene, y sueña con un mañana mejor que el que sabe que le espera por delante. Una lección de fortaleza y madurez que no se aprende con el paso de los años, sino con una actitud que, o bien le viene innata, o se esfuerza por tenerla pase lo que pase. No es la historia de María Jiménez, sino la de Marián de Tapia.

Vive esperando “paseniñamente”. Con su actitud dan el canten, en una sociedad en la que hasta hay queja por las ratas que corren por las calles. ¿Qué pasa con los pobres animales? Simplemente se han aventurado a salir de su entorno en busca de mejor bocado.

Me gusta nuestro vocabulario. Esther Estévez, promesa del periodismo gallego, podría explicarlo de modo más adecuado. Hay gente que no está mal: “Está doente”, viendo la vida pasar con poco o ningún talante. Pierde preciados momentos de quietud y, a mayores, se lo transmite inútilmente a quienes, aun no estando de su parte, le cuidan calladamente.

Pasamos del estío al otoño sin solución de continuidad. Mal estamos si pensamos que podemos arreglarlo o adecuarlo “o noso xeito” de pensar. Marroquíes, libios, damnificados por una “dana”, personas sin hogar que pueden y deben gritar. ¿Qué ganan? ¿Triste y pobre lamento que no cura ni el tiempo apura? ¿Algo de contento que, al alzar la voz, logran la luna ver en el firmamento? Eso, sin duda alguna, y ya es algo: olvidar, por un momento, tanta tristura.

Bellamente lo canta Amancio Prada, teniendo en mente a Rosalía, mujer difícil de “acougar”: Paseniño, paseniño, /Camiño do meu contento; / i en tanto o sol non se esconde/ nuha pedriña me sento / e sentada estou mirando/ como a lua vau saíndo/ como o sol se vai deitando.

Este idioma no necesita traducción sesuda. Mi amiga lo entiende. No es gallega, pero conoce esta tierra: desde Tapia, con solo andar dos metros se adentra en ella. Ojalá aquí llegue en breve…