Políticas de Babel

Los pasos de Taiwány China

José Manuel Estévez-Saá

José Manuel Estévez-Saá

SI ALGUIEN PENSABA que la nueva victoria del Partido Democrático Progresista (PDP) en las elecciones presidenciales y legislativas del pasado sábado celebradas en Taiwán podría variar algo las difíciles relaciones diplomáticas entre la isla y el continente, se equivocaba. La situación no sólo no ha cambiado tras el triunfo del soberanista William Lai Ching-te, sino que ha empeorado, pues su éxito constituye un estacazo para las aspiraciones unionistas de Xi Jinping. No en vano, tan pronto se conocieron los resultados, el Gobierno chino se apresuró a señalar a través de su férreo ministro de Exteriores Wang Yi que “la independencia de Taiwán nunca ha sido posible y nunca lo será”. Incluso cuestionó la legitimidad del programa del PDP y su capacidad de representación de la mayoría social taiwanesa. Todo ello, pese al apoyo del 40% del electorado recibido por el PDP, frente al 33% obtenido por el Kuomintang (KMT), o el 26% que logró el Partido Popular de Taiwán (PPT). Así pues, los binomios represión vs. libertad, y autoritarismo vs. democracia, continuarán marcando la línea divisoria entre la República Popular China (RPC) y la República de China (RDC), es decir, Taiwán.

La presidencia de Tsai Ing-wen ha estado marcada estos ocho años por una tensa pero moderada relación con el régimen chino, asumiendo con naturalidad las trabas comerciales impuestas por el gigante asiático, así como su presión sobre aquellos países que muestran su apoyo económico y diplomático a Taipéi (muchos lo hacen por su dependencia de esos semiconductores que acaparan en exceso la industria de Taiwán). Esto no variará con Lai Ching-te, aunque el nuevo líder habrá de prestar atención a las demandas de una juventud cada vez más inconformista, que lamenta la precariedad salarial, el encarecimiento de la vivienda y la inseguridad tecnológica, al tiempo que se muestra más activa en los debates sobre autosuficiencia y transición energética.

Entretanto, China se esmera en disimular la difícil situación interna que vive el país, pese al crecimiento del 5,2% de su economía en 2023, dos décimas por encima del objetivo marcado por Beijing. Y es que se ha sabido que el retroceso demográfico se repite por segundo año consecutivo, que su deuda se incrementa de manera imparable, que no consigue librarse del riesgo de deflación, y que su vapuleado sector inmobiliario vuelve a dar muestras de debilidad. Además, pide calma en Oriente Medio y no termina de asumir el papel de mediación que la Comunidad Internacional le demanda frente a la invasión rusa de Ucrania. Tan sólo su expansión por América Latina le proporciona un cierto consuelo. Un alivio que se ha visto perturbado por la llegada al poder de Javier Milei en Argentina; y que se verá más agitado por las elecciones presidenciales en EE.UU. y la hipótesis de una nueva victoria de Donald Trump el 5 de noviembre.