FE DE ERRORES

Esto no puede pasar aquí

Darío Villanueva

Darío Villanueva

SERÁ 2024 un año electoral. Están convocados tres comicios importantes: en Galicia, en Europa y en los Estados Unidos. Me siento concernido por los tres. Pero he de reconocer que uno de ellos tendrá una trascendencia incomparable para los ciudadanos que acudirán a las urnas y para los que no podríamos hacerlo. 

Dejando a un lado sus consecuencias políticas, económicas y sociales, me preocupa el resultado de la elección presidencial norteamericana en relación con uno de los componentes de esa Galaxia post- (posmodernismo, posverdad, poshumanismo…) en la que vivimos. Desde hace años el politólogo Colin Crouch ha puesto en circulación el término posdemocracia para reflejar la evolución posmoderna de regímenes políticos de esta naturaleza que van perdiendo algunos de sus fundamentos y atributos sustanciales. Una sociedad posdemocrática sería aquella que parece mantener las instituciones que la acreditarían como tal si no fuera porque cada vez más las está convirtiendo en puras carcasas vacías. 

Sigue habiendo elecciones, pero sus procesos son objeto de todo tipo de manipulaciones desde dentro y desde fuera del país, sin descartar pucherazos e, incluso, la impugnación de los resultados si no se resulta ganador o su anulación mediante la violencia de, por caso, ocupar la sede de las dos cámaras como ocurrió en Washington el 6 de enero de 2021 y en Brasilia dos años después; se mantiene abierto el parlamento, pero si no es manejable se inventa otra cámara paralela como en la Venezuela de Maduro; teóricamente, existe libertad de expresión, pero la corrección política ejercida desde la sociedad civil y secundada desde instancias de gobierno aplica el principio de la “tolerancia represiva” y ejecuta esa nueva forma de autos de fe que representa la llamada cancelación; y se destruye el principio de veracidad mediante las múltiples formas de posverdad que los medios tradicionales y las redes sociales contribuyen a difundir contando con la complicidad de los propios ciudadanos, felices de ser engañados, convencidos de que la verdad está ya en los “hechos alternativos”. Es decir, en mentiras.  

Mas la aprensión hacia la posibilidad de que la posdemocracia arraigue en la primera república nacida del espíritu de la Ilustración y la haga derivar hacia la autocracia se cierne ante las nuevas elecciones presidenciales. En ellas podría ser candidato por el Partido Republicano, y convertirse luego en el cuadragésimo séptimo presidente un ciudadano que se hizo famoso como magnate inmobiliario y director de un reality show que él mismo presentaba. Conocido por su simpatía hacia dictadores como Kim Jong-un y admirador de Putin, que pudo haberlo ayudado a ganar las elecciones de 2016. Su lenguaje es ofensivo hacia diversas minorías y todos los que no se avienen a sus modos e ideas. Negacionista del cambio climático y de la opinión de los científicos sobre la pandemia de COVID19 y las vacunas. Que se comporta como un auténtico trol en las redes, y se jacta de serlo, eso sí, con resultados muy positivos. No duda en arengar, elogiándolos como auténticos patriotas, a los insurrectos que habían asumido la posverdad del fraude electoral a los que excita antes del asalto al Capitolio, uno de los episodios más bochornosos de la democracia estadounidense junto con su desprecio a la ceremonia de investidura del nuevo presidente. Previamente había atacado al que fue su vicepresidente Mike Pence por no “tener el coraje” de “proteger el país y nuestra Constitución” negándose, como presidente del Senado, a admitir la victoria electoral de Biden en contra de todas las pruebas electorales y dictámenes jurídicos. Y por testimonio del presidente del Estado Mayor Conjunto Mark Milley consta además que en esos días inciertos y bochornosos, hubo que tomar en secreto medidas de prevención ante el peligro de un ataque militar a China ordenado por Trump. Cuando al fin abandona la Casa Blanca, lo hace llevándose consigo documentos secretos clasificados. Un expresidente que, por esto y otras razones, está inmerso en 91 procesos judiciales, de los que no se libra tampoco como ciudadano, por sus pagos a una actriz porno para sobornar su silencio, pero también por sus trampas fiscales y patrimoniales. Algunos comentaristas, asesorados por leguleyos, sostienen que es factible desde el punto de vista constitucional que un presidente de los Estados Unidos ejerza como tal (incluido el maletín nuclear) desde la celda de una prisión federal en la que cumpla condena.

Esto no puede pasar aquí: ese es el título de una novela que el Nobel Sinclair Lewis publicó en 1935, en los principios del Tercer Reich que iba a imperar mil años y de hecho duró tres legislaturas. En ella se narra cómo Franklin Delano Roosevelt pierde las elecciones ante el candidato Bergellius Buzz Windrip, un populista de extrema derecha que quiere sustituir el New Deal por las pautas de los totalitarismos europeos propagando su versión del “America First”, a lo que se opone Doremus Jessup, director de un modesto periódico de Vermont, el pequeño Estado frontero a Canadá de tradición progresista. 

También se cuenta la derrota de Roosevelt en las elecciones presidenciales de 1940 ante el héroe de la aviación, antisemita confeso y máximo simpatizante norteamericano –junto a Henry Ford– del nazismo Charles A. Lindberg en otra novela de 2004 a la que su autor, Philip Roth tituló The Plot against America. Ejemplos como estos, junto al relato de la corrección política en los campus norteamericanos presente en otra de sus novelas, La mancha humana (2000), me confirman en mi idea de que la ficción auténticamente literaria (no hablo de posliteratura) al tiempo que ofrece al lector un juego artístico también le puede proporcionar la revelación de lo que ha sucedido en el pasado –novela histórica–, lo que acontece en el presente –novelas contemporáneas, como las que así denominaba Galdós– o lo que podría llegar a ocurrir: ciencia ficción o distopía.