AL SUR

El preciode la libertad

Marcelino Agís Villaverde

Marcelino Agís Villaverde

SUPONGO que ya todos lo saben: el diario El País ha despedido al filósofo Fernando Savater después de 47 años de colaboraciones periodísticas. Una entrevista en diario El Mundo fue la gota que colmó el vaso, al declarar Savater que “el periódico (El País) ha cambiado mucho, de haber sido un periódico crítico, plural, a convertirse en un medio gubernamental abiertamente”.

Savater era, ciertamente, una voz incómoda porque acostumbra a decir lo que piensa y pensar lo que dice. Escribió a propósito de los pactos del gobierno con los independentistas que tener principios, aunque sean deleznables, supone un compromiso con los demás, para remachar después que el presidente del ejecutivo no corre ese peligro porque cualquier ideología le vale. Defendió también que hay cosas con las que no se juega y la primera son las leyes. Tampoco gustó a la dirección del periódico la afirmación de que sus editoriales servían para que el presidente del gobierno tuviese claro lo que tenía que decir.

Coincide este cese fulminante con las declaraciones críticas de Emiliano García Page, presidente de Castilla-La Mancha, al que le cayó encima toda la parroquia socialista por afirmar que el partido estaba en el extrarradio de la Constitución y que no hay terrorismo bueno y terrorismo malo. Otros pensarán como él, aunque pocos serán los que se atrevan a decirlo. Su voz está cautiva, lamentablemente.

La libertad de pensamiento, lo mismo que la libertad de prensa o de expresión, deberían ser sagradas en una democracia. Y cuando se ven amenazadas debemos desconfiar de la calidad moral de quien está en el ejercicio del poder. Sucede desde los tiempos de Sócrates, el filósofo ateniense al que acusaron de impiedad y de corromper a los jóvenes para acallar su voz. Sabemos cómo acabó la historia. Muerto Sócrates, la ciudad quedó huérfana sin su conciencia moral y el silencio resultó tan atronador que la causa judicial se volvió contra los que lo habían acusado injustamente. Ya lo ven: no hay nada nuevo bajo el sol.