Opinión | Con sentido común

Decir 'No'

Una característica de la sociedad actual es la infrecuencia del uso de la palabra “no” en las relaciones personales. 

Las causas para eludir el “no” pueden ser muy variadas: temor a quedar mal, vergüenza de no reconocer ignorancia o incapacidad sobre la cuestión abordada, equivocado concepto de la cortesía, recato personal, eludir compromisos, temor a no ser aceptados en un grupo, falta de autoestima…

Admitir la incapacidad para dar respuesta o solución a lo que nos demandan o esperan de nosotros, no supone demérito o descortesía; lo contrario, la ambigüedad y la falta de compromiso sí podrían considerarse hipocresía, insolidaridad, desprecio, falta de autoestima o carencia de principios.

El ambiente social que nos rodea -corrientes de opinión, comportamientos habituales, publicidad, modas, etc.- nos envuelve y hasta constriñe, podría decirse, a aceptar cualquier cosa, en muchas ocasiones sin plantearnos si estamos o no de acuerdo con ello. Es necesario saber decir “no” para no caer en la sumisión.

Decir “no” implica tener convicciones claras, coraje y firmeza para expresarlo en el momento adecuado, estar persuadido de las posibles consecuencias, alejar el sentido de culpa y hacerlo sin miedo. Hay que añadir la satisfacción personal por respetar los límites que uno se impone. 

Nunca puede ser un objetivo personal conseguir la aceptación de todos, lo fundamental es aceptarnos como somos.

En las relaciones familiares, más concretamente, en las relaciones padres-hijos, el “no” resulta conflictivo con frecuencia; sin embargo, a medio y largo plazo será más educativo. Naturalmente, me refiero a un “no” razonado, razonable, ecuánime, pacífico, firme.

La educación basada en el “sí”, en la permisividad y en la continua transigencia, resulta más cómoda en el presente, pero a largo plazo puede provocar efectos de difícil reconducción. 

Generalmente, esta actitud permisiva con los hijos se justifica con la libertad y el sentido de la responsabilidad de los niños, importantes principios, desde luego, siempre que no encubran laxitud, comodidad o irresponsabilidad de los padres. 

También en política hay que saber decir “no”. No sólo ante actos que contravienen las normas, también cuando las propuestas o acciones son contrarias a las convicciones personales. Obviamente, para decir “no” es preciso tener bien abastecida la conciencia de principios claros, dejar a un lado intereses personales, soberbia, vanidad, …

En política, el “no” y el “sí” son acomodaticios en función de circunstancias no siempre confesables y, con frecuencia, no se pronuncian en función del bien común -que sería mucho pedir.