Opinión | Políticas de Babel

Europa prepara su Defensa

EUROPA ES CONSCIENTE de que no está preparada ni para afrontar con solvencia una contienda bélica, ni para asumir su propia y legítima Defensa. No lo está a nivel comunitario, y tampoco desde el ámbito soberano de las naciones que la integran. Incluso los 23 países de la UE que también forman parte de la OTAN (Suecia incluida), temen que, llegado el caso, no puedan contar con la protección estadounidense tras un potencial cambio de reglas impuesto por una nueva Administración. Así, dada la amenaza del apetito ruso en la frontera Este, el giro que pueda dar la Alianza Atlántica en materia de colaboración militar, y la siempre inquietante presión política, diplomática y migratoria de la franja sur del Mediterráneo y el norte africano, la Comisión Europea se dispone, por fin, a planificar una estrategia de futuro que asegure una paz y una libertad basadas en la seguridad y la Defensa integral de su amplio y diverso territorio.

De ahí que, dentro de la Estrategia industrial europea de Defensa, las instituciones europeas se dispongan a liberar 1.500 millones de euros a fin de incentivar tanto el crecimiento de la industria militar propia, como la compra conjunta de armamento. El plan, que busca la cooperación entre los miembros de la UE, no incluye, sin embargo, cláusulas directas de obligatoriedad. La Comisión Europea reconoce que todavía son muchas las aristas que habrá de pulir para aunar criterios y generar consensos. Por eso permite que cada país pueda reforzar su propia Defensa, con la única salvedad de proponer que el 50% de aquellas compras que realicen los socios en 2030 sea a fábricas y empresas europeas, y que el 40% de las adquisiciones puedan ejecutarse de manera conjunta, de forma semejante a cómo se actuó con las vacunas durante la pandemia, y con las subastas de gas a raíz de la crisis energética.

No se trata de prepararse para enviar tropas europeas y de la Alianza Atlántica a Ucrania, como sugirió erróneamente Macron. Ni siquiera de reconocer que, como indicó Ursula von der Leyen, “la guerra”, aunque no se ve como algo “inminente”, no puede declararse como “imposible”. Tampoco hablamos del escenario que podría abrirse si fuese Trump quien se hiciese con el mando de EE.UU. y, por tanto, con el control de la OTAN, a partir del próximo 5 de noviembre. A fin de cuentas, el expresidente, más allá de poder replantearse las ayudas a Ucrania (no así a Israel), lo que exige es que los aliados estén dispuestos a dedicar más de un 2% de su PIB a Defensa (él sugiere un 4%). Llegado el caso, serían los territorios reacios los que no contarían con el apoyo de la gran potencia.

Sorprende que hayan sido sólo 58.000 millones de euros los gastados por todos los países de la UE en 2023 en “material militar”, cuando el Gobierno estadounidense dedica anualmente 250.000 millones para tal fin (y la propia Rusia en torno a 84.000). Es evidente que queda mucho por hacer; y que los 1.500 millones ahora presupuestados por la Comisión aparentan escasos, como ya han señalado Francia, Polonia o Estonia, entre otros países. Por otro lado, echar mano de los activos rusos congelados por la UE para adquirir material bélico destinado a rearmar, por ejemplo, a Ucrania, podría generar importantes trabas jurídicas, y tampoco cuenta con el visto bueno de los Veintisiete. Sea como fuere, la pretendida “autonomía estratégica” en capacidad militar (que implica más munición, más armas, más fabricación y más investigación), aunque sólo sea como medida de disuasión y fomento de la inversión, aparenta acertada.