Opinión | POSDATA

Entre serenidad y fanfarria

EL PROCESO ELECTORAL en el País Vasco transcurrió y culminó con una serena normalidad. Allí se goza de una política exenta de polarización, respetuosa. Fuese cual fuese el resultado, bien está. Todos contentos. Y también se puede decir que, si las cosas le siguen así, la vida institucional seguirá siendo serena en Euskadi. Y si hay alguien que se muestre sorprendido por lo que digo, le diré que eso ya viene siendo así desde hace una década, Desde que allí se extinguieron las sombras del terrorismo.

¡Qué envidia! Entre los vascos hay diferencias y disputas, como es lógico y normal entre fuerzas políticas competidoras. Pero en su campo de juego parece que no hay faltas intencionadas. Todo va a las claras. Si se alcanzan acuerdos, bien, y si no, la vida sigue, en una perspectiva temporal que va más allá de la inmediatez oportunista.

En otras comunidades autónomas no pasa eso. Y en las instancias centrales de la política tampoco. En otros lugares es esa inmediatez la que socaba las bases de la convivencia democrática forzando las diferencias y tensionando su expresión, sin margen alguno ya no digo que para el acuerdo sino incluso para el propio debate, sin que unos se hablen con los otros mirándose de frente.

En Galicia, por ejemplo, parece que más que autogobierno lo que hay es un contragobierno, convirtiendo a las instituciones políticas regionales en simple plataforma de hostigamiento de las estatales. Los responsables del gobierno regional se pronuncian más a menudo sobre lo que reprochan al central que sobre sus propias tareas, dando la sensación de que lo común les es ajeno y hablando más hacia afuera que hacia adentro. 

Entre la serenidad vasca y la fanfarria gallega vamos a adentrarnos en otros procesos electorales, siendo el de Cataluña, sin duda, el que va a despertar más pasiones. No parece, en principio, que la política catalana vaya a manifestarse con un gran equilibrio formal. Hay fuerzas políticas, principalmente las nacionalistas, que se muestran más temerosas que esperanzadas, y eso tensa los nervios. 

A los dos principales partidos nacionalistas, ERC y Junts, se les desdibuja el país entre los riscos del partidismo. Cataluña pierde color entre los pelos revueltos de Puigdemont, según su falsaria presencia electoral convenga o perjudique a los intereses de cada uno de ellos dos: nacionalistas más preocupados por su leiriña respectiva que por su nación, reducida entre ellos a mera coartada.