Ciclismo

Pogacar, diviértete y sé feliz

El esloveno no ha podido preparar el Tour como le hubiese gustado debido a una lesión en la muñeca

Tourmalet, por Sergi López Egea.

Tourmalet, por Sergi López Egea.

Sergi López-Egea

El ciclismo debe ser el deporte de la sonrisa porque ha estado mucho tiempo circulando entre túneles y tinieblas. Y si hay una sonrisa ahora en el universo de este deporte es la que escenifica durante todo el año Tadej Pogacar, por lo que dejemos que sea feliz, que corra lo que le dé la gana y no lo obliguemos a estar toda la temporada pendiente del Tour, porque él se aburrirá y de paso todos los aficionados al ciclismo.

Si este año no ha logrado brillar lo que él querría, si no ha conseguido plantarle cara a Jonas Vingegaard, otro fenómeno de este deporte, no ha sido porque lo atacase en los últimos metros del remate de los Pirineos o en la zona final del Puy de Dôme, que sin público y trenecito ha perdido todo el encanto y leyenda. Si ha sucumbido en el Tour se ha debido a que se rompió la muñeca en la Lieja-Bastoña-Lieja y no ha podido entrenar como le habría gustado para afrontar con mayores garantías la ronda francesa. Y punto.

Va a ser que no

¿Le vamos a pedir que renuncie a todo en 2024 para preparar el Tour? ¿Y si luego se caes en una rotonda y lo tira todo por la borda? ¿Le vamos a cortar las alas como un pájaro que vuela clamando su libertad? ¿Lo vamos a tener sometido todo el año a espartanos entrenamientos pensando sólo y exclusivamente en el Tour? Pues va a ser que no.

Pogacar representa la nueva esencia del ciclismo. El corredor que se presenta en febrero a correr entre pistas sin asfaltar que emplean los agricultores para cuidar los olivos de Jaén, que a continuación se apunta a la Vuelta a Andalucía para ganar todas las etapas con denominación de origen, que luego va a la París-Niza para arrasar, que corre la Milán-San Remo convencido de que le falta dureza a la prueba aunque empeñado en ganarla algún año, que acude a las clásicas de primavera para anotarse el Tour de Flandes, la Amstel Gold Race, la Flecha Valona y luego fastidiarse en Lieja y empezar a decir adiós al Tour.

Una maldición divina

Pero es que se podía haber caído en un entrenamiento, o haber pillado el covid, o haber sufrido una maldición divina por divertir a la gente, por creer en este deporte. Decirle que renuncie a todo esto, que se encierre en un monasterio de clausura con el jersey amarillo colgado en su habitación, es como obligarle a Bruce Springsteen a cantar sólo villancicos a partir de ahora; una locura, una barbaridad y sobre todo un sinsentido.

Vingegaard es de otra manera, corre y gana lo que se propone, pero a él le gusta   aislarse, preparar el Tour para ganarlo y desaparecer a continuación para estar con su pareja y su hija. Y así es feliz. Pero obligarle a Pogacar a entrar en esta especie de dictadura llamada Tour, sólo Tour y nada más que Tour es como meterle en una cárcel deportiva para que pierda esa sonrisa que le acompañó hasta en los momentos más críticos de su triste viaje hacia Courchevel.

Poco que añadir

Si el año que viene, algo que no parece descartado, quiere debutar en el Giro -a ver si le ponen un recorrido más atractivo que el de este año- pues que vaya, que salga a pasárselo bien, aunque luego llegue cansado al Tour. Si dentro de poco más de un mes desea quitarse la rabia por haber perdido la ronda francesa corriendo la Vuelta, pues que vaya, porque además lo recibirán con los brazos abiertos.

Pase lo que pase, toda la afición ciclista lo estará esperando el año que viene en Florencia, de donde parte el Tour, con la ilusión de volver a revivir el duelo de los duelos ante Vingegaard, aunque caiga derrotado por tercera vez porque, además, se necesitan el uno al otro, ya que así ambos son más grandes en la victoria y en la derrota. Y no hay nada más que añadir.