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Libertad bajo sospecha

Pilar Alén

Pilar Alén

“LIBRE, COMO EL SOL cuando amanece, yo soy libre como el mar, como el ave que escapó de su prisión y puede al fin volar. Libre, como el viento que recoge mi lamento y mi pesar, camino sin cesar detrás de la verdad y sabré lo que es al fin la libertad”.

Pónganle música: es el texto de una canción de Nino Bravo. Escucho esto y me quedo meditando. ¿Libre? ¿En qué consiste la libertad? ¿Volar, escapar de ataduras, buscar la verdad? Ahí dejo los interrogantes esperando que Luis Miguel (ese era su nombre real) desde donde esté –partió hace ahora 50 años– haya saciado su afán de libertad y, enseñe o al menos inspire, caminos lícitos y cívicos para encontrar esa anhelada, justa y sana libertad. De otro tipo no me vale.

Me enfrasco en documentos de otros tiempos y leo frases que me llevan a mundos en los que es difícil penetrar. Constato y vislumbro prácticas y pautas que, no hace muchos siglos, se vivían con normalidad siendo hoy impensables. Era imposible dar un paso sin tener que solicitar licencias, a cada cual, a nuestros ojos, más anormal: para casarse, acceder al estado clerical, enrolarse en el ejército o embarcarse en busca de otros mares. ¿Cómo vivían estas gentes que, hasta en Jueves Santo o en Pascua obligadas estaban a confesar y comulgar, so pena de pública reprimenda o de ponerles de patitas en la calle?

Para rematar el día, me hablan de dos santas que apenas conocía: Caterina da Bologna y Nicolette de Corbie, una sentada y otra de pie, abadesas, que se pueden ver en el Convento de S. Clara. La primera, una mística que logró imponer clausura donde no existía; dedicada al arte, consta su habilidad y humildad suma. La segunda, reformista e inconformista, no encontró contento en ninguna parte y, sin arredrarse, puso orden en su propia Regla. ¿Santas mujeres liberadas entre rejas metidas? Hay que creerlo sin verlo, teniendo en mente esta sorprendente sentencia: La santidad es libertad.

Todos tenemos esa ansia de caminar sin cortapisas, sin supeditarse a nada. Sin embargo, es ilusorio en una sociedad en la que, si queremos que bien funcione, sin normas no hay vida posible. La ciudad sin ley no existe, aunque suene de cine. Para casi todo se debe pedir permiso o tener licencia. El listado es más largo que un día sin comida. Nadie se zafa.

Admitámoslo, hay libertad, pero condicionada (no a plazos ni a conductas ejemplares) y limitada (comienza donde la del otro acaba). Además, deber/debiera ser siempre, compartida y responsable.

Se acerca la fiesta de S. Jordi. Si Nino viviese, le regalaría un libro que siguiese inspirándole romanzas. A las clarisas, sin duda, una rosa a cada una, con sus espinas y aromas. ¿Y al resto de mortales? Un viaje a Copenhague para admirar La Sirenita que, ensimismada, mira con melancolía un mar sin orillas, pero con firme horizonte.