{ posdata }

Tonto del haba

Xaime Barreiro Gil

Xaime Barreiro Gil

¡QUÉ ANTIGUO, MUCHACHO! Incluso me atrevería a decir ¡qué reaccionario!, el numerito que montó en el aeropuerto de Santiago un tipo que, ante las recriminaciones del personal de una compañía aérea, primero, y de la Policía Nacional, después, les contestó a ambos con un “no saben ustedes con quien están hablando”. Yo creo que no oía eso desde el siglo pasado, o más, más, mucho más, que de ese tiempo aún no hace tanto.

En los tiempos que sea, decir eso era lo más hortera e irrespetuoso que podía llegar a proclamar cualquier medio pelanas con el que cruzases algunas palabras de más. “Cállate, pequeñito, que yo soy más que tú”. Por usar terminología más propia del botarate del que les hablo pero que ni nombro, diría que hasta es propiamente facha. Altivo. Grosero. Irrespetuoso. Uso estas palabras porque creo que él las entiende.

Y por si fuera poco estrafalaria la verborrea del fulano ese, añadió, para remarcar todo lo que él mismo creía que era ir a más, como de verdad lo era, que, además de ser homosexual, que al resto de los mortales nos interesa tres pepinos, era personal de confianza de la ministra de Igualdad. Esta precisión, usada como argumento de superioridad en una reyerta, sea por lo que sea, entre quien quiera que sea y para lo que sea, no creo que le haya gustado mucho a la señora ministra. Más aún por el uso que habitualmente se hace de sus pifias. Aunque no tenga nada que ver con el incidente, es probable que, con buena o mala fe, se lo endosen a ella como una más.

Por todo esto que digo, por su propia descarga y aunque solo fuese por decoro, doña Irene, si de verdad ese cretino es personal de su confianza, ha tardado demasiado en cesarlo, acto seguido de haber cometido su propia fantochada. No se puede permitir que nadie, absolutamente nadie, aunque sólo sea por tener un mínimo nivel cultural, se comporte de esa manera, con la lengua echada a pacer, pero mucho menos nadie que merodee en los ambientes de un ministerio público, cuanto más como el que dirige la señora Montero.

Yo, pobre de mí, estaba confiado en que ya habíamos superado este tipo de astracanadas, más propias de un pasado mezquino, en el que el irrespeto iba inexorablemente unido al ejercicio obsceno de la política. Se ve que no. Así que, para poner a salvo el bien parecer de los demócratas, pido que mentecatos como ese, cualquiera que sea su condición, deben ser separados del ejercicio de responsabilidades institucionales, y aún más si se amparan en la confianza.