POLÍTICAS DE BABEL

Violencia y odio injustificables

José Manuel Estévez-Saá

José Manuel Estévez-Saá

LA VIOLENCIA SÓLO ENGENDRA VIOLENCIA. Por eso cualquier acto asociado a la misma debe ser condenado públicamente y sin tapujos. La violencia física es execrable, como asimismo debe ser considerada deplorable la violencia verbal, la social, la religiosa, o la psicológica. También la política e ideológica, pues constituye un peligroso espejo que proyecta las fisuras antidemocráticas del país en el que se produce dicha violencia. Por eso lo ocurrido en Nochevieja con el monigote que, a modo de piñata, pretendía representar a Pedro Sánchez, y fue apaleado ante la sede socialista de Ferraz, no tiene justificación, por muy erráticas que se puedan considerar las acciones y decisiones llevadas a cabo por el presidente del Gobierno.

Aciertan quienes condenan dicho acto; y también los que, tras mostrar su rechazo, deciden pasar página y no dar más pábulo a un incidente bochornoso que, por llamar la atención de la prensa, los políticos y la sociedad, podría suponer un aborrecible ejemplo a seguir por otros grupos o individuos incapaces de mostrar su desconsuelo ideológico, su contrariedad política, o su frustración social, a través de otros medios más ingeniosos y menos virulentos. De ahí que sean tantos los que no compartan el interés del PSOE por judicializar y exigir responsabilidades penales para aquellos que promovieron o protagonizaron dicho acto, pretendiendo catalogarlo como un delito de amenazas, injurias, desórdenes públicos, reunión ilícita o, sobre todo, odio; y no como un mero acto miserable al amparo de la libertad de expresión.

Ni siquiera los socios del Ejecutivo ven en estas iniciativas vergonzantes un delito de odio. Así, la vicepresidenta Yolanda Díaz asegura que “odiar no es un delito” (es más bien un sentimiento, diría yo), y “no es partidaria de acudir a la vía jurídica en estos supuestos”, pese a que este tipo de actos “sean intolerables en democracia”. Hasta ahí acierta la lideresa de Sumar. Pero quizá sus palabras contrarias a la incitación al odio y a la violencia tendrían mayor credibilidad si, además de exigir “una condena rotunda por parte del PP”, estuviese dispuesta a condenar los repetidos escraches sufridos por los líderes populares, o la guillotina ideada no hace tanto por simpatizantes de su socio de Gobierno contra Mariano Rajoy.

La clave aquí es la coherencia política, que debe ser ejemplarizante y sin matices. Pero claro, cuando aquellos que desean ser vistos como dignos representantes de una sociedad sana y educada, tramitan iniciativas para despenalizar las injurias a la Corona, las calumnias al Rey, las ofensas a España y sus símbolos, los escarnios a la religión católica, o los ataques a periodistas, profesores, jueces y magistrados, al tiempo que amparan actos de enaltecimiento del terrorismo, sus argumentos y declaraciones pierden fuerza, y resultan partidistas y convenencieras.