BUENOS DÍAS Y BUENA SUERTE

Los pellets malditos

José Miguel Giráldez

José Miguel Giráldez

DICEN que a esos pellets malditos que han terminado en muchos arenales gallegos (ahora, también, en playas de Asturias) se les conoce como las lágrimas de las sirenas. Poético nombre que, si consideramos el papel mítico de las sirenas, las que engañaban a Ulises, entre otros, con sus cánticos, para atraerlo fatalmente a las rocas, no deja de tener todo su sentido. Estos pellets atraen el desastre marítimo. Y en Galicia sabemos algo de esto. 

Lo hemos sabido a menudo (hay, escucho, muchos vertidos, sentinazos, o, como sucede ahora, pérdidas de mercancías). Y lo sabemos con certeza porque tenemos muchos kilómetros de costa, sí. Pero también porque frente a estas costas se encuentran algunas de las autopistas marítimas dedicadas al tráfico de mercancías más concurridas del mundo. Leo en los papeles que más de 40.000 barcos pasan cada año ante nuestras costas, unos treinta cada día, y “un tercio de ellos cargan mercancías peligrosas, sobre todo químicos y petróleo”. Uno se pregunta si estas amenazas crecientes se han abordado de manera adecuada en los foros globales. Pero estamos en un mundo complejo (se acaba de complicar ahora la vía del Mar Rojo), en el que se mueven ingentes cantidades de productos, muchos contaminantes. 

La crisis de los pellets, si quieren llamarla así, ha estallado además en plena campaña electoral en Galicia. Si la polarización es un hecho recurrente de nuestra política, parece claro que este suceso no iba a mejorar las cosas. Y ahí estamos. Con las administraciones enzarzadas una vez más, pero frente a una realidad cruda e indiscutible, que no entiende de fechas ni de campañas políticas: una marea de pellets plásticos, potencialmente dañinos (también sobre esto han circulado opiniones enfrentadas), que se mezclan con la arena, que pueden ser ingeridos fácilmente por peces y aves. Mientras otra marea, una marea de voluntarios, gente anónima como aquella que mereció hace más de veinte años todos los elogios del planeta, se encarga de actuar con coladores y peneiras ante la nueva maldición. 

No estamos ante un hecho infrecuente. El transporte marítimo de sustancias que, si acaban en el océano o en las playas, pueden provocar graves daños, es un hecho global, repetido, como leo, por ejemplo, en BBC News (The Conversation). Los pellets, en inglés ‘nurdles’, esas lágrimas de sirena, no superan los cinco milímetros de diámetro. Se pueden imaginar lo que eso supone a la hora de limpiar una sola playa.

Estamos ante la materia prima de la industria del plástico, nada menos, y esa fue la carga perdida, a principios de diciembre, por un buque frente a Viana do Castelo, en Portugal. Según BBC News, “sólo en el Reino Unido se liberan 53.000 millones de ‘nurdles’ anuales”. El problema es persistente y bastante global. En las últimas horas he escuchado a varios expertos referirse a su potencial contaminador, frente a la idea de que podrían ser inocuos (difícilmente, porque se trata de material plástico). Los expertos alertan del peligro cierto de ser ingeridos por la fauna, y, además, de su acción cómo ‘esponjas tóxicas’ (así las llaman), que concentran toxinas en su superficie.

Más allá de las cuestiones políticas desatadas por la invasión de los pellets, que sin duda ocuparán el debate en las próximas semanas, lo innegable es el hecho al parecer imparable de la contaminación del mar y la constatación de la proximidad de nuestras costas a rutas marítimas comerciales muy intensas. Un nuevo ejemplo de cómo lo global acaba afectando a los entornos locales.  

¿Qué me dicen del Tratado Global de los Océanos, históricamente aprobado hace poco menos de un año? ¿Hay algo en el tratado de todo esto? En principio, se trata de convertir el 30% de los mares del planeta en zonas protegidas. ¿Estamos en condiciones de hacerlo? ¿O nos atascaremos como con el clima? Hoy por hoy, algunas ONGs ambientalistas aseguran que cada segundo más de 200 kilos de basura van a las aguas marinas. El incremento vertiginoso de la producción de plástico desde 1980 es otro dato constatable.