Opinión | POSDATA

Vale ya, ¿no?

DOY POR HECHO que podrán traer a la memoria que, cuando se produjo la catástrofe del Prestige, se desencadenó un rifirrafe político en torno a si el gobierno de entonces facilitaba información correcta y veraz sobre el asunto o mentía. ¿Lo recuerdan no? Su proceder, desde luego, no se puede decir que haya sido afortunado. Hasta se hicieron chistes sobre algunos de sus episodios. 

También podrán recordar que cuando se estrelló el YAK-42, con todos sus muertos, sucedió otro tanto de lo mismo. Tampoco en ese caso se puede decir que la actuación informativa del gobierno de entonces, con estrafalarias visitas al terreno, haya sido ejemplar. Y también se le acusó de mentir. 

También es posible que aún no hayan olvidado el argumento con el que se quiso justificar la decisión de que España participase en la invasión de Irak, es decir, en una guerra, afirmando que el mencionado país disponía de las llamadas “armas de destrucción masiva”, con sueños macabros respecto de su uso contra el resto de la humanidad. Pero acabó resultando que esas malditas armas no existían y que, la vista de ello, no se justificaban la invasión ni la guerra. El gobierno de entonces fue duramente criticado, acusado, como en aquellas otras ocasiones, de mentir. 

Más cerca de la actualidad, está la desafortunada gestión que el gobierno de entonces hizo de los atentados y culpabilidades del suceso mortífero acaecido en Madrid en marzo de 2004, causando cientos de muertos y miles de heridos y desencadenado por el terrorismo yihadista. Estos días volvió a reabrirse un debate sobre si también en este caso, por temores electorales -confirmados, por cierto- si mintió a sabiendas sobre la identificación de los asesinos. 

Pues bien: supongo que se han fijado que, con toda mi intención, he mencionado en cada uno de los párrafos anteriores al “gobierno de entonces”. Fue protagonista principal de todos los debates suscitados al efecto y destinatario siempre de la misma acusación: mentir. Es todo un currículo, ¿no? 

La reiteración tan persistente del mentir a sabiendas y con intencionalidad política es, a lo que se ve, una enfermedad que tiene difícil cura. Y contagiosa, porque desde entonces a hoy sigue representándose el mismo teatro con el mismo guion. 

Pero habrá que hacerle frente, aunque solo sea para mitigar el sufrimiento. Y eso ya es cuestión de responsabilidad electoral, pero corriendo de nuestra cuenta, los electores, y no de la de ellos, los mal elegidos.