Los gaiteros: la guardia musical de la Catedral de Santiago

Una figura que lleva años produciendo la banda sonora que acompaña en su camino a las miles de personas que pasan día tras día por la plaza del Obradoiro

Miguel Anxo afinando su gaita para empezar a tocar

Miguel Anxo afinando su gaita para empezar a tocar / Adriana Quesada

Adriana Quesada

La figura del gaitero que toca en el arco de la Catedral de Santiago se ha convertido en algo habitual en la vida de los transeúntes que, diariamente, pasan por la Plaza del Obradoiro. Su música se puede escuchar sobre el sonido de la lluvia e, incluso, por encima del bullicio y energía que siempre han acompañado a esta zona en las temporadas de turismo. Sin embargo, pocos se preguntan cómo es la rutina de estas personas que, diariamente, se colocan bajo el arco dispuestos a tocar durante largos periodos de tiempo.

Uno de estos gaiteros, ya que son varios a pesar de la creencia de que es una misma persona que toca eternamente, es Miguel Anxo. Este joven se levanta cada día a las cinco de la mañana con el objetivo de pedir un buen turno, puesto que para organizarse los gaiteros quedan por la mañana para repartirse las horas y no coincidir entre ellos. Su alarma suena a las cinco de la mañana y a las cinco y cuarto ya está recorriendo las oscuras y frías calles de la ciudad para ser el primero en llegar a la plaza del Obradoiro: “Una vez una señora me persiguió todo el trayecto, pasé un poco de miedo, pero a veces suceden cosas divertidas porque me encuentro a gente que vuelve de fiesta”.

A las cinco y media de la mañana las calles están prácticamente desiertas, pero le gusta levantarse lo suficientemente temprano como para conseguir los mejores turnos: las 12.00 o las 18.00 horas. Una vez allí, espera a que todos los gaiteros acudan a este lugar para charlar con ellos y esperar hasta las siete de la mañana, hora en la que se termina la repartición y todos comienzan a hacer sus vidas.

Una vez cogido el turno de las 12.00 horas, Miguel Anxo se prepara para pasar el resto de su día. Sin la posibilidad de volver a la cama, recorre las calles de Santiago y disfruta de la imagen de los primeros rayos de sol golpeando la fachada de la Catedral. Después se dirige a hacer recados y desayunar, momento en el que recuerda cómo fueron sus primeros días en la ciudad y lo mucho que le costó empezar a tocar bajo el arco en el que ahora pasa tantas horas.

“Al principio no tocaba en público, fue algo que sucedió de una forma orgánica”, admite. Cuando tenía trece años conoció a una chica que también tocaba la gaita y que era un poco mayor que él y, tras hablarlo, ambos se aventuraron a tocar en la fiesta del Albariño. Después de esta primera experiencia tardó un poco en volver a formar parte del mundo de la música callejera, hasta que en el 2021 se atrevió a ponerse a tocar en las ruinas de Santa María (Cambados), donde recaudó el dinero suficiente para irse a vivir a Santiago: “Yo tenía claro que quería tocar aquí”.

Durante unos días se paseó mirando a todos los gaiteros hacer su música y, de vez en cuando, preguntaba qué tenía que hacer para poder tocar en ese lugar. “Antes te hacían una prueba para ver como tocabas, pero ahora ya no”, comenta. Por ese motivo lo más difícil fue descubrir la forma en la que se organizaban pero, cuando lo supo, no tardó en unirse a este ejército musical, aunque “al principio con tanta vergüenza que hacía lo posible para no tener que encontrarme con los demás”.

A las 11.00 horas comienza a prepararse para ir a tocar, cogiendo todas las partes de la gaita y esperando que esta esté afinada: “A veces suena mal y no soy capaz de solucionarlo”. A esto se suma que los cambios de temperatura afectan mucho al instrumento, algo que ha estado sucediendo constantemente en la ciudad compostelana. Primero coge el puntero, que es la parte por la que sopla, y después las palletas, que son piezas hechas de caña con una doble lengüeta encargadas de producir el sonido.

A las 12.00 se presenta en el arco y sucede el cambio de gaitero, similar al cambio que hace la Guardia Real en Inglaterra. A partir del momento en el que se coloca en su silla y empieza a tocar, le espera una larga hora y media en la que su único objetivo será hacer sonar el instrumento. Sin embargo, tocar no es lo único que hace sino que, a pesar de estar concentrado en su música, también tiene que interactuar con el público.

No son pocos los que se acercan a él para pedirle una canción, tomarse fotos o preguntarle acerca de lo cansado que es tocar. Miguel Anxo responde con alegría, deja que los niños se acerquen a mirar como toca con gran curiosidad y también permite que le saquen fotos sin temor a las cámaras: “A veces me pregunto en cuántos perfiles de Instagram me habrán subido”. Lo único que lo diferencia de un guardia de la reina de Inglaterra es que se mueve para tocar, pero su forma de mantener la calma ante todos los acercamientos de la gente que pasa por delante requiere de casi la misma concentración.