El edificio, una vez destinado a ser un parque de bomberos, se alza como un monumento al olvido. Sus paredes están cubiertas de graffitis y pintadas, los aerosoles crean explosiones de color en el hormigón desgastado que cuentan una historia de abandono y decadencia. El suelo, oculto tras un manto de vegetación como si de una gran alfombra se tratase, se encuentra cubierto de escombros, restos de jeringuillas y ropa usada. Un colchón de cama, roto y manchado, yace en una esquina del edificio testigo silencioso de noches de soledad. Los drogadictos se reúnen aquí, buscando un lugar donde inyectarse sus venenos. Los restos de agujas esparcidas por el suelo cuentan historias de desesperación.

El edificio inacabado se alza como un monumento a la decadencia urbana, un lugar que la mayoría prefiere ignorar, pero que sigue existiendo.