Opinión

Por el interés general

El taoísmo puede considerarse una filosofía contracultural. Lao-Tse recomendaba, por ejemplo, no educar al pueblo porque llenar su mente de conocimientos haría más infeliz a la gente al suscitarle problemas que, de otro modo, jamás se plantearían. Y, en cuanto a la política, tenía muy claro que el mejor gobernante era el que menos importunaba al pueblo. El buen gobernante, pensaba, era aquel que pasaba desapercibido, algo parecido a lo que dicen de los árbitros de fútbol: el mejor es el que no se nota que está en el campo. Y le daba el siguiente consejo al gobernante: “no hagas nada y nada quedará sin hacer”.

El confucianismo, por el contrario, fue una filosofía orientada hacia la vida moral y política. El propio Confucio fue durante un breve periodo ministro de Justicia en Lu y, por lo que cuentan, no lo hizo mal. Para este pensador las cualidades del buen gobierno del Estado eran la caridad, la justicia, el respeto a la jerarquía y a la tradición, el estudio y la meditación.

Todo buen gobernante debía respetar las formas (protocolo, ritos, cultos) y procurar que las virtudes más elevadas en su acción de gobierno fuesen la tolerancia, la bondad, la benevolencia, el amor al prójimo, la amabilidad, el respeto a los mayores y a la verdad. Aunque quizás la virtud más importante debía ser la ejemplaridad pues si el emperador o el príncipe eran virtuosos, el pueblo también lo sería al imitar su ejemplo. Algo que era de aplicación también a los padres con respecto a los hijos.

En cuanto a los deberes del buen gobernante hablaba de: amar al pueblo, procurarle medios para la subsistencia y renovarlo moralmente, cultivando sin cesar la virtud personal, presidida por la verdad, como un camino de perfección. Mentir al pueblo inhabilitaba al gobernante, lo mismo que regir la acción de gobierno pensando en el interés propio y no en el interés general.

Confucio vivió entre los siglos V-IV antes de Cristo y su mensaje, curiosamente, sigue siendo actual.