Opinión | BUENOS DÍAS Y BUENA SUERTE

Para la ternura siempre hay tiempo

LA CARTA de Pedro Sánchez a los ciudadanos, larga carta para estar en los tiempos de X y Elon Musk, ha venido a sacudir la semana informativa y parlamentaria como ninguna otra cosa desde hace mucho, muchísimo tiempo. Acostumbrados a los líderes previsibles, que a menudo se ufanan de serlo, Pedro ha logrado sacar el debate de los caminos mediáticos más trillados, optando por la sorpresa epistolar: ni tuits ni tuitas, o sea, sino varios folios de confesiones personales y análisis, incluso, desde lo doméstico.

Hay que reconocer que Sánchez sabe cómo hacer estas cosas. No suele dudar a la hora de dar un giro a los guiones, como en los días del Peugeot. Aquello pasó a la mitología automovilística, una narrativa de carreteras secundarias que supo aprovechar como nadie, de la misma forma que dio la vuelta al ‘perrosanxe’, hasta convertirlo en un logotipo favorable durante la campaña, a la altura de las mascotas olímpicas de más éxito. Ni Disney, o sea. 

Pero la carta, la larga carta de Pedro a los ciudadanos, primera lectura estos días en la liturgia preelectoral catalana y europea, ha descolocado a muchos, empezando por los suyos, naturalmente. Feijóo ha visto una maniobra en busca de la moción de confianza, una dosis de victimismo calculado que implora un poco de ternura en estos tiempos de hielo y fuego. Nadie esperaba que la oposición comprara el argumento sanchista, naturalmente. No parece que Pedro vaya a preocuparse, porque su público es otro: la carta es un lamento, también una cantiga de amor, y, de pronto, apela a la emoción y el afecto, en un tipo que se suponía duro como el pedernal después de tantas batallas. Muchos pueden ser los motivos, pero vaya por delante el amor. 

Acostumbrados al trajín parlamentario y a los ritos contemporáneos del ‘y tú más’, que suenan como una letanía sin alma, nadie esperaba que Sánchez se sentara a escribir una carta al personal, mientas el resto se afanaba en la tuiterología habitual. Giro de guion y de estrategia. Como se ha escrito en las últimas horas, el presidente recuperaba así el centro del escenario, la atención y los focos: mientras se espera el desenlace del lunes. 

Sánchez decide hacer una pausa, un intermedio, prepara un finde largo quizás con asesores, o quizás tan sólo en la intimidad familiar, y propone un elemento de suspense, consustancial a las narrativas que buscan ser ‘bestsellers’. Un ‘cliffhanger’. ¿Dimitiré o no dimitiré? ‘To be or not to be’, esa es la cuestión. No parece Pedro Sánchez un personaje hamletiano, asaltado ferozmente por las dudas, pero se diría que ha usado ese modelo, aprovechando quizás la proximidad del 23 de abril. Más que sus dudas, las que importan ahora son las dudas de los otros.  

Lo que se ha llamado “suspender la agenda”, algo complejo si eres el presidente de un país, tiene más el tono de ‘suspender la realidad’. Y volver a ella, así que pasen cinco días. Esto, bien mirado, no lo hace quien quiere, sino quien puede. De pronto, en medio de la dureza inmisericorde de la política, Sánchez recupera un discurso que busca la complicidad del ciudadano, al que se dirige sin logotipo ni membrete, como quien quiere mostrarse despojado de los ropajes y las corazas del poder, vulnerable, en fin, como nosotros, a pesar de su historial de resistencia. Pero también se trata de subrayar la complicidad de los suyos, alarmados por la misiva que al parecer no conocían ni barruntaban, y que intentarán convencerle de que todo merece la pena, y, al menos eso cree la mayoría, Sánchez al fin se quedará. 

Con dos elecciones inminentes, y especialmente con la complejidad que se atisba a raíz de las catalanas, Sánchez recuperará una forma de épica que tiene mucho ver con sus decisiones individuales, con su gusto innegable por la sorpresa. La apelación al enamoramiento añade un elemento inhabitual en cualquier declaración política, sorpresivo también en estos territorios de extrema dureza. Sánchez ha dejado a todos desconcertados. Al menos, hasta el lunes. Y quién sabe si también después.