Tragedia del Alvia

El horror que no olvidan los que estuvieron allí

Cuatro testigos del accidente rememoran para El Correo Gallego su experiencia en la tragedia del Alvia

Un tren Alvia circula por la curva de Angrois

Un tren Alvia circula por la curva de Angrois / ECG

Lidia Sanmartín viajaba en el Alvia 01455: "Cada 24 de julio, a las 20.41 horas exactamente, soplo las velas para celebrar el día que volví a nacer"

El horror que no olvidan los que estuvieron allí

El horror que no olvidan los que estuvieron allí

Cada 24 de julio desde el año 2013, exactamente a las 20.41 horas, Lidia Sanmartín celebra que volvió a nacer: “Soplo las velas cada año a esa hora y lo celebro como un cumpleaños, porque la vida me dio una segunda oportunidad”. Lidia es natural de Fene. En aquel momento tenía 31 años y trabajaba en un banco en Madrid. El 24 de julio de 2013 subió al tren para poder pasar con su familia las fiestas de Barallobre, su parroquia natal. El caso es que pocas veces venía en tren. Era más habitual que cogiera el avión el viernes para pasar el fin de semana en Galicia, aunque recuerda que su madre siempre le decía: “ven en tren, que es más seguro”. Aquel día, Lidia hizo caso del consejo materno. Salió del hospital un mes después, con el alma y el cuerpo rotos, en silla de ruedas y arrastrando una pierna. Llegó a pasar 16 meses de baja. Las secuelas físicas continúan hoy en día. Las psicológicas también. Una de las cosas que más la emocionan es pensar en el “calvario” que vivió su familia. El instante terrorífico de percatarse de que viajaba en el tren, la incertidumbre de no saber qué le había pasado, localizarla finalmente entre los heridos y sufrir mientras se debatía entre la vida y la muerte. Pero con el dolor, llegó también la rabia. “Yo creo que esa rabia que sentí sobre todo al principio, cuando fui consciente de lo que había ocurrido, me ayudó a salir adelante”, dice. Su vida siguió. Se casó el 23 de julio de 2016 y bautizó a su hijo el 24 de julio de 2020. Y no olvida que “abrir los ojos cada día es un regalo”.

José Ramón Sánchez era el jefe del parque de bomberos: "No hubo tiempo de pensar, solo de trabajar. Pero sigo recordando el olor a muerte"

El horror que no olvidan los que estuvieron allí

El horror que no olvidan los que estuvieron allí

El jefe del parque de bomberos de Santiago en el momento del accidente, José Ramón Sánchez, recuerda todavía el “tremendo olor a muerte” en la curva de Angrois. De aquellos días le queda, eso sí, la satisfacción de haber cumplido “con todo el trabajo que hubo que hacer en el lugar, y que sacamos adelante gracias a la colaboración ejemplar de todos bomberos de la zona”. El primer aviso de la tragedia lo recibió en la Plaza del Obradoiro: “Sonó la emisora de un agente de la Guardia Civil y, en cuestión de segundos, empezaron a sonar todos nuestros teléfonos y radios”. “De camino al lugar iba pidiendo que cortasen la catenaria para reducir los riesgos que pudiera haber en la zona, ya que los primeros en llegar fueron los vecinos, corriendo un peligro tremendo”, explica. No olvida el impacto al llegar a Angrois, ni esos primeros momentos que todavía le estremecen. “Dejé el coche literalmente tirado encima del puente, ya había gente con heridos, y en el camino hacia las vías recuerdo ponerme el chaquetón a las prisas, perder los guantes… Cuando llegamos, fuimos inmediatamente al vagón de cola que tenía fuego y en el que faltaba gente por localizar”, relata. En tres horas estaban todos los supervivientes a salvo. No hubo tiempo de pensar, solo de trabajar sin descanso. Pero se le quedó grabada la frase de uno de los psicólogos con los que convivieron los días posteriores a la tragedia: “En cuestiones profesionales los bomberos están siempre preparados para lo peor, pero lo peor siempre está por llegar”.

Ángel Currás, el alcalde al que le tocó gestionar el día más doloroso para los compostelanos: "La respuesta de los vecinos fue ejemplar"

El horror que no olvidan los que estuvieron allí

El horror que no olvidan los que estuvieron allí

“Siempre que paso por la autopista y veo el lugar del accidente recuerdo aquella noche de horror y de profunda tristeza”, cuenta Ángel Currás, alcalde de Santiago en aquel momento. Para él, la tragedia lo fue por partida doble, por lo que suponía colectivamente para las víctimas y para la ciudad y porque en ella perdió a un amigo, el periodista Enrique Beotas, al que había invitado a Santiago para ver los fuegos del Apóstol. Currás fue de los primeros en llegar a Angrois. “Estaba en el Ayuntamiento y me avisó la Policía Local: es grave, me dijeron”. Y lo que se encontró al aproximarse al lugar fue “un espectáculo dantesco”. “Lo primero que vi fue un vagón que literalmente había volado hasta el campo de la fiesta. Y a su lado, una mujer ya fallecida”, rememora. De aquellos primeros momentos recuerda sobre todo el humo, el olor a quemado y “un silencio sepulcral que presagiaba que allí había mucha gente muerta”. También la amargura que sintió pensando en las personas que estaban atrapadas entre el amasijo de hierros. Mientras se intentaba rescatar a fallecidos y heridos, se organizó el trabajo en dos escenarios: el Multiusos do Sar para las víctimas y el edificio Cersia para informar a las familias. “Yo no paraba de recordar que no hacía ni veinte meses que habíamos inaugurado la vía y me decía: “¿Cómo pudo pasar esto?”, relata. Cree que no debemos olvidar “jamás” lo que allí ocurrió, ni la respuesta de los vecinos, que fue “absolutamente ejemplar”, comenzando por los de Angrois. “La historia de una ciudad –señala– también la escriben las personas anónimas”.

Inés Dopazo fue una de las primeras periodistas en llegar a Angrois: "Lo más duro fue ver la desesperación de los que buscaban a sus familiares"

El horror que no olvidan los que estuvieron allí

El horror que no olvidan los que estuvieron allí

Aquella tarde, la periodista Inés Dopazo y otros compañeros de Correo Televisión tomaban algo a la espera de ir a cubrir los Fuegos del Apóstol. Cuando llegó el aviso de lo ocurrido, y tras confirmar que era grave, Inés y Emilio Clemente, el cámara con el que le tocaba trabajar esa noche, se pusieron en camino hacia Angrois. “Lo primero que me impactó fueron los sonidos”, recuerda. A las sirenas que atronaban incesantes se sumaban los gritos y el llanto de los pasajeros. Cuando alcanzaron a ver lo ocurrido, constataron labrutalidad del accidente: los vagones destrozados, la sucesión de cadáveres en la vía, muchos de ellos ya tapados con mantas, y a decenas de heridos, a los que ayudaban como podían los efectivos de emergencias y los vecinos de Angrois, que habían sido los primeros en saltar a las vías.

Pero lo más duro fue, para ella, presenciar la desesperación de aquellos que se acercaban a la zona sin saber qué había pasado con sus familiares. “Recuerdo a una pareja que tendría unos 60 años que intentaba aproximarse al lugar y cómo se enfrentaba a la Policía, que les pedía calma y les impedía el paso. Su hija viajaba en el tren. Al final, consiguieron bajar a las vías. No llegué a saber qué paso con ellos”, recuerda. Fueron muchas horas de angustia, que continuaron en las jornadas siguientes. “Pasamos allí casi toda la noche y volvimos muy temprano al día siguiente”, cuenta. Fue ahí, ya con el lugar algo más despejado, cuando fueron verdaderamente conscientes de la dimensión de la tragedia”. “Fue incluso peor”, recuerda. “Ahora me sorprende haber sido capaz de contar todo aquello”, añade.