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Guerra y paz

Marcelino Agís Villaverde

Marcelino Agís Villaverde

Se ha cumplido un año de la invasión rusa de Ucrania y no hay palabras lo suficientemente rotundas para condenar del dolor que ha sufrido el pueblo ucraniano. Las imágenes que hemos visto a través de la televisión, e incluso las escenas que sin verlas hemos podido imaginar, dibujan un paisaje macabro que creíamos desterrado para siempre del suelo europeo.

A poco que conozcamos la historia europea del pasado siglo, el fantasma de una conflagración bélica mundial asoma de nuevo. Putin invade Ucrania el 24 de febrero de 2022 ofreciendo su faz más siniestra al enmascarar sus reivindicaciones expansionistas con el pretexto de defender al pueblo ucraniano, en particular, al de aquellas regiones fronterizas. Hitler había hecho lo propio al invadir Polonia el 1 de septiembre de 1939, disfrazando su afán expansionista con el trato injusto recibido por Alemania tras la I Guerra Mundial.

En pocos meses no solo cae Polonia sino que la “guerra relámpago” (blitzkrieg) de Hitler le permite adueñarse de Noruega, Dinamarca, los Países Bajos y más tarde Francia. Tanto el Reino Unido, como después Estados Unidos, entran en guerra. Suele decirse que el embargo económico que Estados Unidos había impuesto a Japón por su campaña expansionista por Asia y, sobre todo, el ataque a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941 precipitó la entrada en la II Guerra Mundial de los Estados Unidos. Posiblemente, si bien el antagonismo entre los dos sistemas enfrentados, habría desembocado, antes o después, en un conflicto abierto.

Aun siendo procesos diferentes, las coincidencias son escalofriantes: el intento de una guerra relámpago por parte de Putin, su ambición expansionista, que incluye una salida estratégica al Mediterráneo desde territorio ucraniano, el enfrentamiento abierto entre el Occidente democrático al que quiere pertenecer Ucrania y la Rusia que se apoya cada vez más en Oriente Medio y en Asia. La entrada de China, hasta el momento jugando al despiste, en un tablero en el que se dilucida la hegemonía mundial. Inútil preguntar quién gana y quién pierde. La guerra en sí misma es el mayor de los fracasos.