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Yolanda y las matemáticas

José Miguel Giráldez

José Miguel Giráldez

LLEGÓ Yolanda a Magariños, llegó vestida de blanco la princesa roja. Yolanda hace unas apariciones arrebatadas, de besos a la hora del vermú, de sororidad y días soleados, inyectando felicidad a sus asuntos. Hace bien en transmitir alegría, como en los días vecinales, como en el barrio del origen, esa felicidad de lo inmediato y lo primigenio. Yolanda sabe que el gesto hosco y la gravedad del enfado permanente ya no cotizan tanto, a pesar de la polarización que todo el mundo explota. Quiere vestirse con la alegría de la fiesta, como si ya la victoria estuviera conseguida, y no aguanta malas caras.

El acto en Magariños tuvo el arrebato de la princesa roja, ese dejarse el alma en abrazos, besos y arrumacos, pero que nadie se confunda, porque Yolanda sabe que más allá de trabajar las emociones hay que trabajar las matemáticas. No se llama Sumar el proyecto por casualidad. Díaz saca a menudo su libreta espiral de sindicalista, su lápiz de carpintero, y su discurso fue sobre lo suyo, el mundo del trabajo. Vino a decir que hay que trabajar menos y vivir mejor, lo cual, en este país que tiene capas de posguerra en la piel, zonas quemadas por el hambre vieja, puede parecer sacrilegio, porque hemos vivido el esfuerzo como un martirio, o como maldición que nos fue entregada. Yolanda viene de un sindicalismo de cuna, pero quiere promover esa modernidad, que algunos temen, de menos horas atados al duro banco.

Sumar no es un partido, sino una plataforma, un lugar de reunión, aunque la cúpula de Podemos cree que Yolanda ya se ha ido por su cuenta y riesgo, rompiendo amarras, abrazando a Errejón y olvidando a Pablo Iglesias. Algunos la acusan de traición, o de matar al padre que le entregó el relevo, pero ella se afana en un territorio de simpatías donde los rencores se diluyan, donde las ortodoxias centralistas dejen paso a las regiones, donde haya mucha gente dispuesta a disfrutar de lo que ella llamó, en jerga marinera, una singladura. Yolanda parece una disfrutona de la política frente al lenguaje de hierro y la sintaxis abrupta. Otros dicen que está encantada de sí misma.

Sin duda una de sus fuerzas reside en el perfume periférico. Díaz no ha dejado de recordar su origen, quiere superar el encorsetamiento, porque todo se ha vuelto demasiado centralista, y algunos aluden al peso formidable del aparato donde Iglesias maneja el pulso de las ortodoxias. Sumar es expandir, diversificar, pero parece claro que Yolanda no quiere que una sopa de letras, o de siglas, acabe destruyendo los resultados de la suma. Por eso ofrece su cielo protector, donde la confluencia final no es otra que ella misma, la figura que trae la periferia al centro, la sumadora feliz, la que parece abandonar el hierro ya viejo del lenguaje, pero sin olvidar nunca la calculadora electoral. Porque Sumar, más que emoción, es matemática.

Por formación, origen y estilo, Yolanda Díaz es diferente de Podemos, y quizás eso es lo que se advierte poderosamente en estos días. Esas tensiones estructurales, ese desgaste de los materiales coaligados, esa abrasión a la que ha llevado el roce de los engranajes de gobierno, dan una pista a la ferrolana y también a Sánchez. Cuando Sánchez dice que reeditará la coalición para gobernar, piensa en Yolanda. Ella se escuda en que no acepta tutelas (“ni tutías”), pero la derecha cree que cuanto más se aparta de Iglesias más se acerca a Sánchez, porque ese es, finalmente, aseguran, el último objetivo.

Sin duda Sánchez, que conoce bien las previsiones, busca un formato que le permita pasar página, o al menos pantalla, de algunas cosas de esta legislatura que termina. Pero en la preparación de ese terreno cultivable, ha de contar con que Díaz, además de ofrecer la posibilidad de una coalición futura, además de ofrecer un aire nuevo, es ahora también su competencia. La princesa roja quiere ser presidenta, eso ha dicho, la primera de España. Y aunque parezca una frase, hay verdad en ello, porque su mirada ni siquiera se detiene ya en las reticencias de Podemos. Yolanda cree en la risa y los abrazos, pero más en las matemáticas.