{ POLÍTICAS DE BABEL }

Quizá sean cuentos chinos

José Manuel Estévez-Saá

José Manuel Estévez-Saá

LO HIZO DESDE EL PRINCIPIO con la guerra de Ucrania tras la invasión rusa, y lo repite ahora en la contienda entre Israel y Hamás. La República Popular China se ofrece como mediadora entre las partes. Pero el objetivo último, más allá de limpiar su imagen y presentarse como garante de los derechos de los pueblos, es blindar aquello por lo que ha apostado desde hace una década: su Iniciativa de la Franja y la Ruta. La conocida como Nueva Ruta de la Seda, que el propio Xi Jinping abandera desde 2013, habla de construir y compartir un nuevo orden multipolar político y económico a través de una renovada estrategia de negociación internacional.

Sus relaciones diplomáticas tienen como fin la creación de un sistema de libre comercio que, edificado sobre su visión del mundo, contribuya a extender sus tentáculos a través de inversiones económicas, infraestructuras estratégicas, vías de comunicación, enclaves energéticos y conglomerados empresariales; y siempre desde un principio de aparente prosperidad y estabilidad compartida. Es tal el impulso que desde Beijing se pretende dar a esta Belt and Road Initiative (BRI), que el proyecto La Franja y la Ruta fue incorporado a su Constitución hace seis años; y tiene como meta la conectividad definitiva en 2049 entre Oriente y Occidente, coincidiendo con el aniversario de la actual República Popular (RPC), fundada en 1949.

Para ello, China necesita afianzarse en las regiones que, tras la inestabilidad, terminen alcanzando la paz desde la debilidad que generan los conflictos bélicos. Con todo, su estrategia mediadora le hace adoptar una postura en exceso neutral, lo que dificulta su perfil como agente negociador. Pero sí le reporta presencia e influencia, así como un derecho político y económico de acción y decisión. Y Oriente Medio, al que la Nueva Ruta de la Seda circunda por vía marítima y terrestre, siempre ha sido un objetivo prioritario, pues de esta región obtiene, además, la mitad del petróleo que necesita (también de Rusia y las antiguas repúblicas soviéticas).

De ahí sus logros de marzo mediando entre Arabia Saudí e Irán, y su interés ahora por lograr un Estado Palestino independiente del Estado de Israel. Esta fórmula de dos Estados, que muchos defendemos, la avala el gigante asiático reconociendo la opresión que viven los palestinos, y denunciando la tragedia humanitaria que sufren los gazatíes; eso sí, sin renunciar a unas vigorosas relaciones comerciales con el Estado hebreo en el ámbito inversor, comercial, empresarial, turístico y hasta educativo. No olvidemos que Israel colabora con China, para disgusto de EE.UU., incluso en el terreno tecnológico y militar. Sólo así se explica que China haya sido de las primeras en ofrecerse tanto diplomáticamente, como en calidad de cooperante y proveedora de ayuda incluso humanitaria.